El segundo mandato de Luis Abinader ha comenzado, justamente con las mismas palabras sobre la política cultural dominicana: ninguna.
El cuatrienio en el sector cultural -teniendo en cuenta lo visto hasta el momento-, promete ser igual de poco fructífero, igual de poco importante para el gobierno, e igual de superficial y banal, para quienes optan por usar como símbolos de esta, lo que sea más “viral” o “popular”.
El presidente le hace el “fo” al sector cultural, que siempre está a la espera de una palabrita de aliento, de una rendijita que enseñe al menos que pueden cambiar las cosas. En su discurso pudo decir que en estos cuatro años el cine dominicano ha ganado hasta el Globo de Oro de la Berlinale, que se rescataron la Bienal de Artes Visuales, o el Festival de Teatro. Pero donde la cuestión no interesa, el cactus no puja la flor.
La cuestión no se arregla, es verdad, con la designación de nuevos funcionarios y la eliminación de algunas botellas, como la de Bonny Cepeda. Dicho sea, reapareció triunfante (¿para mostrarse donde lo vieran?) Pastor de Moya, entregando los Premios de Literatura después del rifirafe aquel, hace año y medio con Milagros Germán, a la que según fuentes del propio ministerio, le fue arriba y ésta tuvo que salir huyendo por una puerta trasera.
El Consejo Nacional de la Cultura no funciona. La Ley de Mecenazgo no funciona. La Ley de Cine (lo único que funciona) bajo fuego graneado. Los Proyectos Culturales, aquella idea de José Antonio Rodríguez para descentralizar el presupuesto, se fueron al olvido. La Editora Nacional está en crisis. Las industrias culturales siguen estancadas, por una visión errónea, pensando que esto es Silicon Valley, cuando lo que se debe priorizar es la potencilización de las manifestaciones tradicionales del arte como aportadoras al autofinanciamiento y a la comercialización, o sea al PIB.
La cultura del país necesita de muchas casas de cultura, y necesita de dinero. Es un derecho constitucional. Aliento necesita, e interés presidencial. Mientras tanto la identidad cultural dominicana sigue corroyéndose, bajo una inmigración haitiana que ya ocupa más del 20% de los nacimientos y más de 171 mil asientos en las escuelas del país. Y bajo la ausencia de una política cultural que enfrente ese reto creativamente.