La comedia de 1952 del maestro del cine español Luis García Berlanga, con José Isbert, Manolo Morán y Lolita Sevilla tiene siempre una vigencia de clásico.
Bienvenido Mr. Marshall trata de la visita que realizarán a un remoto pueblo de Castilla unos diplomáticos estadounidenses relacionados con el Plan Marshall. “Les daré una limonada”, dice el alcalde. “O una sangría en el café”. Pero no, el señor delegado les impele a impresionar a los norteamericanos comprometidos con el plan de recuperación y desarrollo europeo de posguerra. “El pueblo debe arder en fiesta”, dice el delegado que llama al pueblito Villar del Campo, en vez de Villar del Río. Los habitantes deciden, pues, hacerlo con elementos de la cultura andaluza que son más conocidos en Estados Unidos. Así que se traen a un cantante flamenco, se visten de gitanos y engalanan la calle como si de Andalucía se tratara.
Todo con el dinero de los pobladores, sabiendo que es una inversión que hacen por el bien de todos. Pintan las casas, hacen otras fachadas de atrezzo donde no existen. Llegado el día del arribo de la delegación, todo está listo. Villar del Río se ha convertido en un pueblo andaluz y sus habitantes hacen una lista de pedidos a los americanos. Uno por familia. Llegado el momento, los americanos pasan raudos en seis o siete autos, ante la mirada impávida de los pobladores y un niño lee la bienvenida…
Laurie Cumbo comisionada del Departamento de Asuntos Culturales de Nueva York y Jay Levenson, director del Programa Internacional del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) visitaron hace pocos días el Museo de Arte Moderno, donde les mostraron “Tovar retrospectivo”.
Que sí, que recuerdan a los del Plan Marshall. Los subieron al tercer piso. Pasaron de largo el segundo piso, donde se encontraba la exposición “Heraora”, de Leopoldo Maler. Una retrospectiva de uno de los artistas más inquietos e interesantes del país, que celebra 60 años de creación y que ha echado raíces aquí desde hace décadas. Maler, como los pobladores de Villar del Río, merecía también que los americanos se detuvieran en su pueblo. Seguro los hubiese recibido él mismo, bailando flamenco.