Convertir La 42 en símbolo del universo urbano, alzarla a la categoría política de capital del desmadre y a la clasificación estética de espectáculo, es cuando menos, una señal de falta de profundidad y de conocimiento de la semiótica, aquella ciencia que el buen e inolvidable amigo Iuri Lotman junto a su colaboradora y amante Thïu Pyder, dibujó desde la Universidad de Tartu, en Estonia.

Convertir La 42 en el show final de la gala de los Premios Soberano es mandar una señal equivocada, superficial y perniciosa a la juventud dominicana, a la familia dominicana. Y al exterior. Sobre todo cuando La 42 no es señal de nada bueno, positivo o potable.

¡Y ay del turista que se aventure a llegar hasta allí en solitario!

La 42 no es la Comuna 13 de Medellín, donde el gobierno colombiano anterior, no el actual, intervino culturalmente, con las fuerzas de la creatividad, con el sentido profundo y constructivo del arte y del crecimiento cívico y convirtió en destino turístico una zona otrora impenetrable para la policía, de altísima peligrosidad, donde los narcos y los tecatos eran dueños de las calles y las esquinas, de las azoteas y los callejones, donde imponían el reino del mal.

¿Qué llega desde las redes de La 42? Nada positivo. Llegan las muecas de la abstinencia, la cosificación más descarada de la mujer, la violencia, las bandas del microtráfico. Llegan los autos de alta gama que aterrizan allí como naves extraterrestres delante de la cueva de Altamira. Como si Disney hubiese determinado convertir la pobreza en estatus de éxito.

En La 42 viven también personas que se oponen a esa imagen, gentes trabajadoras, honestas, que sobreviven a duras penas en el imperio de la estulticia, donde los niños son sometidos al bombardeo implacable de señales negativas con las cuales crecen y se mantienen en un círculo vicioso, generación tras generación.

Es imprescindible que el Gobierno, a través del Ministerio de Cultura, intervenga esa calle del Capotillo ardiente y con los bienes que se recuperan en la lucha contra la droga, podría dedicarse una cifra significativa a intervenir socioculturalmente lo que podría ser nuestra Comuna 13.

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