Al recordar el experimento de la cárcel de Stanford pienso que los humanos solemos ser demasiado manipulables.
En el experimento mencionado, el psicólogo Philip Zimbardo y su equipo eligieron estudiantes voluntarios para simular una cárcel en la Universidad de Stanford. Al azar quedó un grupo como policías y el otro grupo como presidiarios.
Cada participante se comportó según el papel que le tocó. Se vio a dóciles estudiantes convertirse en crueles carceleros. Y, por el otro lado, se transformaron en dóciles prisioneros.
En la vida diaria nos van llevando como corderitos por el camino que cada uno considera que le conviene. Nuestros padres piensan que lo mejor para nosotros es tal o cual comportamiento. Los profesores quieren que seamos alumnos a su conveniencia. Y las empresas que nos venden productos nos domestican para que les compremos sin preguntar.
Si nos salimos de ese modelo, pasamos a ser indeseables sociales.
¿Por qué elijo una marca de ropa o de teléfono? Porque me han metido en la cabeza que ella tiene algo que me conviene… aunque no sea cierto.
Algunas compras nos dan estatus, otras nos hacen creer que nos durarán más tiempo, y hay otras motivaciones. ¿Nos preguntamos si es lo que cubre la necesidad para la que compramos?
Respecto a la crianza. ¿Somos lo que debimos ser? Para los más antiguos debimos ser dóciles corderitos, así podían guiarnos por el sendero más conveniente. Y más que eso, como ellos vivieron tiempos en que pensar diferente podía costar la cabeza, era mejor criar para obedecer.
Nos han impregnado tantos comportamientos que nos es difícil pensar diferente. Y de eso se aprovechan demasiados; desde políticos, hasta comerciantes, pasando por jefes en las empresas y parejas manipuladoras.
¿Te has preguntado si los que más se destacan son seguidores o son los que hacen nuevos caminos? En su mayoría son revolucionarios. Cambian lugares, países y el mundo. Aunque lo tienen que hacer contra viento y marea.
¿Quieres hacer hoy algo fuera de lo común? Date el permiso.