En un hecho poco reseñado en medios internacionales, esta semana, el presidente Donald Trump se hizo declarar presidente del Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas de Estados Unidos, o Kennedy Center, después de purgar la junta de todos los designados por el presidente Joe Biden. En su lugar, nombró a aliados políticos, donantes y sus esposas, incluida la segunda dama Usha Vance y la jefa de gabinete de la Casa Blanca Susie Wiles.
Otras celebridades afiliadas a esa institución, incluida Shonda Rhimes (nombrada por el expresidente Barack Obama), anunciaron su renuncia a raíz del anuncio de Trump.
El pasado 7 de febrero, Trump adelantaba que asumiría la dirección del Kennedy Center para reemplazar al filántropo multimillonario David Rubenstein, aliado del expresidente Joe Biden, que iba a presidir el centro hasta 2026. En una publicación en Truth Social, Trump escribió que despediría inmediatamente a “varios individuos” del Consejo de Administración del centro “que no comparten nuestra visión de una Edad de Oro en las Artes y la Cultura”.
Finalmente, miércoles por la tarde publicó lo siguiente, también en Truth Social. “Es un gran honor ser presidente del Kennedy Center. Especialmente con este increíble consejo directivo. ¡Haremos del Kennedy Center un lugar muy especial y emocionante!”
La importancia del Kennedy Center
Para hacerse una idea de su importancia, el Kennedy Center es el centro cultural nacional de Estados Unidos. Pero, además, es una herramienta importante para el “poder blando” cultural del país. Durante el apogeo de la Guerra Fría, el Kennedy Center recibió a bailarines de ballet estadounidenses y rusos que actuaron juntos. Un acto simbólico que rindió enormes dividendos diplomáticos. Se gestiona en asociación público-privada, lo que significa que todos los presidentes tienen derecho a nombrar a los miembros de la junta directiva.
Esos miembros supervisan la administración de los fondos federales del centro y ayudan a elegir a los homenajeados del Kennedy Center de cada año. Lo que significa que, si bien históricamente no tienen un enfoque granular en la programación individual, sí tienen la capacidad de ayudar a dar forma a la dirección que está tomando el centro.
Trump es el primer presidente estadounidense en funciones que despide unilateralmente a los miembros de la junta directiva designados por el partido opositor. Además, lo hace con el propósito expreso de instalarse como presidente.
Trump reconfigura la visión de las artes
En el caso puntual del Kennedy Center, Trump quiere que el centro se aleje de lo que algunos medios estadounidenses como CBS llaman “programación consciente”. Ha expresado abiertamente su desdén por el hecho de que el centro haya presentado espectáculos de drag queens en el pasado.
“El año pasado, el Kennedy Center presentó espectáculos de drag dirigidos específicamente a nuestros jóvenes: ESTO PARARÁ”, escribió Trump en TruthSocial. (El Kennedy Center efectivamente albergó una serie de espectáculos de drag el año pasado).
Pero, además, el National Endowment for the Arts anunció que, bajo el gobierno de Trump, se eliminarán las subvenciones a varios sectores vinculados al quehacer artístico. Asimismo, se priorizará el arte patriótico en la celebración del 250 aniversario de la nación el año que viene.
Todo esto anuncia una “reconfiguración” de la conducción del sector de las artes en Estados Unidos. Pero hay otro detalle, en gran medida desconocido fuera de las fronteras estadounidenses, que hace que la toma del Kennedy Center por parte de Trump tenga un mayor interés: es lo que se denominó como “fenómeno Hamilton” durante el primer año de la administración Trump y en donde los teatros de Estados Unidos fueron escenario de una “disrupción” que reaccionó en las tablas con “palo y piedra” la primera llegada del magnate al poder estadounidense.
El fenómeno Hamilton y la “revancha” de Trump
Antes de que Trump asumiera el cargo, poco después de las elecciones de 2016, el entonces vicepresidente electo Mike Pence asistió a una función de Hamilton, musical del reconocido creador de Broadway Lin-Manuel Miranda. Al final del espectáculo, el elenco se dirigió a Pence directamente desde el escenario, instándolo a proteger y defender a “ todos nosotros”, incluidos aquellos “de diferentes colores, credos y orientaciones”, y a “defender nuestros derechos inalienables”. Trump, indignado, pidió un boicot a la obra como respuesta.
En junio de 2017, la obra Shakespeare in the Park en el Public Theatre de Nueva York representó a Julio César como un Trump que es asesinado. La periodista Laura Loomer, conocida en el ecosistema de los medios conservadores de Estados Unidos, y muy cercana a Trump, asistió a una de las funciones y subió al escenario a mitad del espectáculo para gritar : “¡Detengan la normalización de la violencia política contra la derecha! ¡Esto es inaceptable!”.
Ese mismo año, un montaje de la obra de George Orwell 1984 en Broadway decía que Trump marcaría el comienzo del fascismo, con representación de torturas en escena.
Con estos antecedentes, Trump, que no hay que olvidar que es un referente del Manhattan de los años 80, cuando los espectáculos de Andrew Lloyd Webber eran los más solicitados de Broadway. Una época que cambió de actores culturales durante la “era Obama”, muchos de ellos en la punta de lanza de los ataques cuando Trump llegó por primera vez a la presidencia.
Ahora, Trump tomó el control del que podría decirse que es el teatro más importante del país. Puede darle forma a su legado y “pedir cuentas” a la industria que lo atacó. La “revancha” también se verá en las tablas.