Para evitar la ansiedad que provoca esta sensación es clave identificar y cambiar nuestros hábitos

La pandemia puso de manifiesto la importancia de cuidar la salud mental y derribó algunas barreras, sobre todo sociales, que impedían a muchas personas pedir ayuda cuando no se sienten bien. No en vano, de acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud, la depresión continúa ocupando la principal posición entre los trastornos mentales, y es dos veces más frecuente en mujeres que hombres.

Entre el 10 % y 15 % de las mujeres en países industrializados y entre 20 % y 40 % de las mujeres en países en desarrollo, sufren de depresión durante el embarazo o el puerperio (período de tiempo que comienza después del parto y dura hasta que el cuerpo de la mujer vuelve a la normalidad).

Asimismo, los trastornos mentales y neurológicos en los adultos mayores, como la enfermedad de Alzheimer, otras demencias y la depresión, contribuyen significativamente a la carga de enfermedades no transmisibles. En las Américas, la prevalencia de demencia en los adultos mayores (más de 60 años) oscila entre 6,46 % y 8,48 %. Las proyecciones indican que el número de personas con este trastorno se duplicará cada 20 años.

A pesar de los avances tecnológicos, y de la mejora sustancial de la calidad de vida e incluso de la mayor percepción de autocontrol y capacidad para desarrollarse que parece ofrecer el mundo actual, repleto de opciones y caminos no convencionales que parecen ajustarse a cada persona, el vacío existencial se ha convertido en otro de los grandes males, no siempre comprendido precisamente por esas creencias de libertad para elegir. “El vacío existencial es la experiencia emocional que sentimos cuando nos encontramos desubicados en la vida, sin rumbo ni propósito, con una crisis de valores. En resumen, cuando no encontramos sentido a nuestra existencia”, explica Aleix Comas, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). “La idea que hay de fondo es que la vida no tiene un propósito inherente y que nosotros, como humanos, debemos construirlo. Al perderlo o no encontrarlo, conectamos con este vacío, al que llamamos vacío existencial”, añade.

Una señal para dar un nuevo sentido a la vida

La sociedad actual es, si cabe, más compleja que la de décadas anteriores. Los caminos no están tan pautados como antaño, lo que obliga a las personas a definir su propósito vital más allá de convencionalismos. “El desencanto con los valores en los que habíamos creído unido a una nueva forma de relacionarnos con la información que no acabamos de poder comprender hoy en día hacen que tengamos una sensación de pérdida, vacío e indefensión que nos puede llevar con facilidad al vacío existencial”, remarca Comas. Pero puntualiza: “El vacío existencial, en sí mismo, no es una enfermedad.

Más bien es un indicador o una señal de nuestra mente, que nos informa de que necesitamos reubicarnos: parar, reflexionar, ubicarnos (dar sentido) y entonces actuar”. Pero esto no siempre es fácil en una sociedad que se muestra implacable con quienes no se ajustan a los nuevos parámetros que sustituyen a paradigmas del pasado.

Aquí entran en juego nuevas necesidades, como la dependencia del refuerzo externo, la tendencia al perfeccionismo o la constante búsqueda del placer, la inmediatez, la evitación del malestar o la desconexión de las emociones propias. “Si compramos estas premisas, corremos el riesgo de no saber cómo gestionar el malestar cuando aparezca y recurrir, entonces, a una búsqueda de placer inmediato que tape lo que no queremos sentir”, indica.

Lo que podemos hacer ante esta sensación

Sin embargo, sentir o padecer estas emociones no nos convierte en culpables de algo que no hemos elegido. “No podemos evitar el vacío como tal, debido a que no depende totalmente de nosotros. Lo que sí podemos hacer es mitigar su intensidad y crear conductas protectoras para intentar prevenirlo”, aconseja el experto.

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