Su amor por el voleibol se reforzó cuando le regalaraon una pelota que costó la suma de trece pesos, lo que fue un punto de partida para su trayectoria

Cuando Víctor nació, caía un aguacero como si San Pedro se hubiese olvidado de cerrar las llaves para Guazumal; el río llegaba hasta el tope y casi cubría las vigas del puente que lo atravesaba y, por el lado de Juan Antonio, en Los Rieles, no se podía cruzar para anunciarles a los abuelos su llegada. Pancho y Triní se pusieron vanos con el hijo de Juan y Lola y sus tíos no se quitaron “un jumo” con el perfecto pretexto de celebrar la aparición de su sobrino. Trujo, La Palomita, Manuel, Blanco, Chicho y Marco así como los primos Regino, Mamita, Lilita, Pocholo, Senaida, María y la mujer de Mimingo… se unieron a ese regocijo familiar.

Era la época en que Francisquito La Perra salía con su ejército de indios montados en burros prestados a las patronales de Tamboril y él era la cabeza como Roba la Gallina.

Despertó Víctor pocos años después para hacer lo que todos los niños hacían: jugar, marotear, bailar trompos, intercambiar postalitas de peloteros de chuflai, ir a los conucos a ver el tejido de tabaco para secar en los ranchos, volar chichiguas. Él, además, paseaba en los carros de Juan cuando descansaban de sus viajes a la Capital, si es que Publio o el Eléctrico lo soltaban.

Arsenio, sobrino de Lola, se convirtió en el acompañante de nuestro “Tom Sawyer” en las innumerables aventuras: cortaban pendones de guázuma para hacer sus enormes chichiguas tan grandes o más que los “pájaros” que hacían los hermanos Adolfo y Juan Gerón, que había que agarrarlas entre dos para que el viento no se los llevara, como el título de aquella película que ellos nunca vieron. Pero a Víctor le cogió con querer una chichigua en forma de murciélago y sin cola que vendían en la Capital y que él tanto le encargó al Eléctrico, compromiso que el chofer nunca cumplió, ocupado en repartir pasajeros desperdigados “por to’ los rincones de aquella ciudad endemoniada” y difícil para los cibaeños.

Se conformó Víctor con sus chichiguas coloridas de colas cuidadosamente elaboradas y sus “gillettes” de combate aéreo incluidas.

Conoció sus primeras letras en la escuelita de palma y cana de Tatá, rodeada de cigarrones mameyes y rojos al lado de las bases del puente del tren de Lilís, sobre el río Guazumal.

El canto de los gallos y el cacareo de sus gallinas no perturbaron a Juan a la hora de decidir el futuro de su hijo. Lo inscribió en el colegio Padre Fortín de La Junta en el 1967, cuando Víctor cumplía sus 6 años. En el cuarto curso repartieron los uniformes deportivos y a él le tocó el número 8 que lo acompañó hasta el final de una larga carrera como voleibolista destacado. Allí conoció a Manuel Estrella, con quien lo uniría una amistad de acero, que dura hasta hoy.

El quinto curso lo hizo en vacaciones bajo las orientaciones e instrucción del profesor Arismendy Estevez quien lo inscribió en el sexto al año siguiente en Canca.

Juan, “que no sabía mucho de letras”, pero sí de números y cuentas, lo llevó al Instituto Evangélico de Santiago donde sobresalió en los llamados juegos escolares. Manuel se destacó en el equipo del Padre Fortín de las monjitas del Perpetuo Socorro, pero ninguno superó a Tamboril, como lo cuenta el mismo Víctor, más que con orgullo.

Víctor ayudó al Evangélico a derrotar al Onésimo, el equipazo de Los Pepines situado en el antiguo UFE.
Ese amor por el voleibol se reforzó cuando le regalaron una pelota que costó la suma de 13 pesos con lo que practicaba con Chu, el de Juan Antonio Gómez y Ana, en el patio de Joaquín y José de Jesús Jiménez, dos hermanos que llevaban el deporte a mil entre sus venas. La amistad con Chu (Juan de Jesús) se fortalecía con el entusiasmo de este que heredó la inventiva del padre, como cuando él mismo tejió una malla con gangorra. A esa “cancha” venían muchachos de Tamboril a jugar y, cuando el lodo se lo impedía, se iban a otra de cemento en la escuela de Biojó, con el apoyo del profesor Omar Amaro.

Para Víctor, su mundo era el voleibol, hasta cuando iba a visitar su abuela, la mamá de Lola, donde aprovechaba y se divertía en la cancha del Club de Don Pedro que le quedaba enfrente.

Juan Antonio, que hacía de todo, era su barbero. Su técnica de mojarle el pelo antes de cortárselo, le servía para dejarle la pollina parejita, una moda que parecía había sido importada de China. Pero Víctor terminó por preferir el corte de la Mino Barber Shop de la España quien le hacía la melena hacia atrás y usaba el “blower” que lo acostumbró hasta la actualidad para hacerle una jugada al tiempo, que dizque no perdona.

En el 78 inició su carrera universitaria en la UCMM para seguirle los pasos a los números de Juan, pero más complicados: los de la Ingeniería Civil.

En el 83 se graduó en la Universidad Central del Este de San Pedro de Macorís donde se hizo famoso por su juego de fino e inigualable colocador del “equipo de voli”

Aunque participó en los Juegos Nacionales, su mayor aporte lo hizo para el equipo de Tamboril en los Juegos Municipales al que le aportó doce títulos de los 16 que ha ganado. Ese equipo era un verdadero trabuco con Tule Guareño, Felipe Rosario, Ramón Santos, Tony Pichardo, Eufrasio Rodríguez, Cheché Taveras, Edward Rojas y otros.

Como ingeniero ha construido obras de gran importancia para Santiago y Tamboril como la torre de 15 pisos en La Trinitaria, “¿noverdá Chepe?”.

En Tamboril se ha sentido su espíritu altruista y de buen ciudadano. El Club Primavera, una casona construida en el 1919, patrimonio de este pueblo, se caía a pedazos atacada por los cuatro costados de una carcoma, que como plaga, la destruía. Fue renovado bajo su responsabilidad.

La casona de Horacio Vásquez contó con su arduo trabajo junto a otros ingenieros de la firma Acero Estrella para cumplir, en tiempo récord, un mandato del Presidente y, que de no contar con ese empeño y haber caído en las manos de la burocracia, todavía estuvieran dando martillazos o “estuviera paralizada”.

La libertad y el amor que Víctor vivió en su niñez los transmitió a sus hijos y le permiten hoy día seguir ganando, con la alegría que lo caracteriza, los campeonatos que a diario enfrentamos.
Él, no cabe duda, es un campeón, en el juego de la vida.

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