La persona que llamaba a Rip van Winkle resultó ser un tipo extraño. Era un desconocido, pero sabía su nombre y lo trataba con cierta familiaridad y con cierta distancia a la vez. Lo estaba llamando para que lo ayudara con un pesado barril que estaba cargando. Rip titubeaba. Y más le hubiera valido alejarse inmediatamente del lugar, pero se lo impedía su naturaleza amistosa.

“Era un hombre bajo, de edad avanzada, con pelo hirsuto y barba grisácea. Vestía a la antigua usanza holandesa. Llevaba sobre los hombros un pesado barril, que parecía estar lleno de licor; hacía señales a Rip para que se acercara a ayudarle. Aunque desconfiaba algo de su nuevo amigo, Rip acudió con su prontitud habitual y, ayudándose mutuamente, ascendieron por un estrecho sendero, que era aparentemente el lecho de un seco torrente. Mientras proseguían su camino, Rip oyó algunas veces extraños ruidos, como de truenos lejanos, que parecían salir de una estrecha garganta, formada por altas rocas, hacia la cual conducía el áspero sendero que seguían. Se detuvo un momento, pero creyendo que el ruido proviniera de una de esas tormentas momentáneas tan frecuentes en las alturas, prosiguió. Pasando por la estrecha garganta, llegaron a una especie de anfiteatro, rodeado de murallas de piedra perpendiculares, por encima de las cuales se asomaban algunas ramas de árboles. Durante todo el camino, tanto Rip como su compañero habían permanecido en silencio, pues aunque el primero se admiraba de que el segundo llevase un barril de licor a aquellas alturas, había algo extraño e incomprensible en el desconocido que inspiraba respeto e impedía la familiaridad”.


Muy pronto Rip van Winkle descubriría de dónde procedían los ruidos y las voces que había escuchado y conocería a un grupo de los más estrambóticos seres que hubiera podido imaginarse:

“Al entrar en el anfiteatro, aparecieron nuevos motivos de asombro. En el centro se encontraba un grupo de extraños personajes que jugaban a los bolos. Estaban vestidos de una manera realmente extraña y anticuada, que se parecía a la del guía de Rip Van Winkle. También sus caras eran peculiares: uno tenía una cabeza larga, una cara ancha y ojillos rodeados de grasa, como los de un cerdo; la cara de otro parecía consistir exclusivamente en nariz, y llevaba sobre la cabeza un sombrero cónico, en cuya cúspide lucía una roja pluma de gallo. Todos tenían barbas de las más diversas formas y colores. Uno de ellos parecía ser el jefe. Era un caballero de edad provecta, muy alto, y cuya apariencia demostraba que había pasado mucho tiempo al aire libre. Lo que extrañaba particularmente a Rip era que aquellas gentes, aunque estaban divirtiéndose, ponían unas caras muy serias, mantenían un silencio sepulcral y formaban el más melancólico grupo de personas que Rip hubiera visto jamás”.


Parecía que hubiera había entrado en una dimensión desconocida o en un cuadro del Bosco o de Brueghel, poblado de figuras exóticas y fantásticas. Lo que Irving describe con su habitual maestría es un ambiente mágico y surrealista a la vez, una inquietante escena que a Rip van Winkle no le inspiró mucha confianza y le hizo sentir en principio mucho miedo:

“Cuando Rip y su compañero se aproximaron, dejaron repentinamente de jugar y le observaron con una mirada tan fija, más propia de una estatua, y un aire tan extraño que el corazón se le dio vuelta y se le echaron a temblar las piernas. Su compañero vertió contenido del barril en grandes copas e hizo señas a Rip para que las repartiera entre los presentes. Obedeció asustado y temblando; los extraños personajes bebieron y continuaron su juego.

“Gradualmente desapareció el miedo y la aprensión de Rip. Hasta se atrevió, cuando nadie le miraba, a probar aquella bebida, en la cual encontró el sabor de una excelente ginebra. Como era de naturaleza sedienta, pronto se sintió tentado a repetir el trago. Como no hay dos sin tres, persistió en sus besos a la copa, con tanta asiduidad que finalmente perdió el sentido, le bailaron los ojos, inclinó gradualmente la cabeza y se durmió profundamente. Cuando se despertó, encontrose otra vez en la verde pradera, desde la cual había distinguido por primera vez al extraño viejo. Se frotó los ojos. Era una mañana estival. Los pájaros saltaban entre los árboles. Un águila volaba a gran altura, aspirando el aire puro de la montaña. ‘Supongo’, pensó Rip Van Winkle, ‘que no habré dormido aquí toda la noche’. Recordó los extraños sucesos ocurridos antes de que empezara a dormirse: el desconocido que subía con un barril a cuestas, la garganta entre las montañas, aquel anfiteatro rodeado de rocas, el juego de bolos, la copa. ‘¡Oh! ¡Aquella maldita copa!’, pensó Rip, ‘¿qué explicación le daré ahora a mi mujer?’

“Buscó su escopeta, pero en lugar de su arma bien aceitada y limpia, encontró a corta distancia de donde estaba un caño enmohecido, que tenía roto el gatillo y la culata carcomida. TambiénLobo había desaparecido, pero era probable que se hubiera escapado detrás de una liebre. Silbó y le llamó por su nombre, pero todo fue en vano: el eco repitió el sonido, pero el can no aparecía por ninguna parte”.


Rip van Winkle había dormido y había despertado, sí, pero no de un simple sueño. Casi de inmediato empezó a darse cuenta de que algo no andaba bien, de que se habían producido cambios que no podía explicarse. El perro fiel ya no estaba a su lado y la escopeta estaba oxidada o mejor dicho arruinada.

“Se decidió a visitar el lugar de la fiesta de la noche anterior y a pedir explicaciones a sus ocasionales compañeros acerca de su escopeta y de su perro. Al levantarse, comprobó que sus articulaciones no funcionaban como siempre. ‘Estas montañas no me convienen’, pensó Rip, ‘y si esta fiesta me ha de obligar a guardar cama con reumatismo, ¡vaya el escándalo que me armará mi mujer!’ Tuvo muchas dificultades para caminar, pero al fin llegó al principio del sendero que la noche anterior habían seguido él y su compañero; con gran asombro suyo halló que ahora era un verdadero río montañés, que saltaba de roca en roca, formando cascadas de espuma. Intentó ascender por sus orillas, atravesando con gran trabajo los arbustos, que parecían extender ante él una red impenetrable.

“Finalmente, llegó al punto donde se abría la garganta, pero no quedaban ni rastros de aquel camino. Las rocas presentaban una superficie sólida y unida, por la cual descendía el torrente formando una capa de espuma, cayendo en su lecho ancho y profundo. Aquí el pobre Rip no pudo proseguir. Otra vez silbó y llamó a su perro. Nadie le respondió. ¿Qué hacer? Avanzaba la mañana, y Rip sentía hambre, pues no había desayunado. Le dolía perder su perro y su arma; además temía encontrarse con su mujer, pero no quería morirse de hambre en las montañas. Sacudió la cabeza, se puso sobre el hombro su descabalada escopeta y con el corazón lleno de miedo y ansiedad se dirigió a su casa”.


Rip van Winkle no lo sabe aún, pero su mujer es el menor de sus problemas. Ha dormido la borrachera de su vida y la resaca va a ser tremenda, peor de lo que nunca pudo haber creído posible. l

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