El comandante E. Castillo me llamó a la editora Alpha & Omega.
-Kamerad, quiero que trabajes conmigo.
Él había visto mis dibujos cinéticos en la portada de El Nuevo Diario y quería que le ilustrara sus reflexiones semanales, o resúmenes críticos literarios, que publicaba en La Noticia de Silvio Herasme Peña.
Fui con la ilusión de ilustrar los escritores rusos que recién había adquirido en el “economato” de la UASD, en Odontología, pegao al Marión.
“El nuevo amanecer” de Balaguer había nacido, en Síntesis, cuando el Kománder salió de la lámpara de Aladino en una nube de polvo de oro.
-Yo hago todo lo que haya que hacer, menos joder con El Dotor.
-La Publicidad, caro amigo – me respondió – solo la gobierna el que paga. No dije nada, recordando al compatriota Marshall McLuhan.
Seguí ilustrando los escritores que el Kománder, en su otro yo, reproducía. Otras veces pegaba algún par de zapatos, en alguna corrección, a un anuncio de Plaza Lama que José Almonte había hecho. El mismo Almonte de El Caribe de la prehistoria.
Pushkin no me tocó nunca. Lo conocí en un maravilloso retrato de Ilya Repin, en otro de Valentín Serov y en el cuento “La hija del capitán”, que más bien parece una premonición a su muerte en el duelo con el infame, tramposo, odioso, colonialista, el H. de la G. P. musié Georges d’Anthés.
El honor es lo primero y si hay que pagar con la vida por amor, se paga. El duelo se rechaza cuando el “amor” no vale la pena. Continuamos cabalgando por el mundo hasta encontrarlo en el rincón del planeta donde te espera. Tampoco hay que exagerar con el honor… con la honestidad sí. Todo artista, si lo es, es honesto por definición.
Y Natalia Goncharona fue ese hallazgo en 1831 después de 113 intentos que no merecieron ningún duelo.
De Pushkin, el burgo solo conoce el Café donde la guía turística llevó a otro francés en la canción de Pierre Delanoë cantada por Gilbert Becaud en 1964 y fusilada por tres hermanos chilenos, arriesgados, porque no había derechos de autor en ese entonces. Ellos la soplaron en el barlovento por toda América latina.
¿Sería esa Nathalie la Natalia viuda del escritor?¡ Vaya uno a saber !
¿Sería el duelo de Piotr Andréevich Grimov contra Alexei Ivanich Shvabrin en la obra citada, una premonición a su propia suerte? En esa época, aunque había sesiones espiritistas, no existía el horóscopo y, hoy, con carácter retrospectivo, tampoco.
En ese cuento, Pushkin aprovechó un motín campesino encabezado por un tal Yemelián Pugachov para armar su narrativa.
Pugachov, en su pluma, era ave de mal agüero, un bandido, ¿un gavillero?, que pretende someter, aldea por aldea, todo el territorio, hasta llegar a Moscú y detutanar a la misma emperatriz. Piotr lo había conocido, cuando, perdido en su kibitka de dos caballos, en medio de una tormenta de nieve, el “bandido” lo salva. El joven ha sido enviado por su padre al servicio militar, donde conoce la rigurosidad de los jefes y aprende a jugar billar, como tiene que ser. Total, ¿pa’qué sirve un guardia? Aparte de carne de cañón, zuape y lavar perros.
Es muy difícil de establecer el carácter de ese motín, puesto que el propio Pushkin pertenece a la alta nobleza rusa con cargos en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
El paralelismo entre Piotr Andréyevich con Pushkin es claro.
Pushkin usa la aféresis hipocorística de Piotr para nombrarlo Petrusha y, a María Ivánovna, Masha.
Los rusos, hago un paréntesis, usan el segundo nombre alusivo al padre. Así, el sufijo VICH significa hijo de. Aleksandr Serguélevich es, entonces, Aleksandr el hijo de Serguéi Pushkin. En las mujeres el sufijo OVNA sustituye el VICH. María Ivánovna, o María la hija de Iván. Cierro.
La vasta obra de Pushkin le mereció una vida cómoda acogido o protegido por el mismo Tsar Nicolás l.
¿Por qué acumuló tanta deuda al final de su vida, a pesar de vivir en un palacio y tener fincas enormes y ganar “ma cuarto quel Diablo“? ¡EL JUEGO !!! Ese vicio que es capaz de cegar a cualquier pendejo.
Hoy, Pushkin, aparte de ser un Café, que no existe, es uno de los grandes nombres de la literatura universal junto a Lord Byron, a quien admiró; Shakespeare, Cervantes, Borges, García Márquez, Dostoievski, Roth, Ruiz Zafón…
La estupidez humana ha querido borrar su legado artístico literario que no tiene nada que ver con la ambición ciega de politiqueros inmorales que serán olvidados, en el mejor de los casos, cuando no odiados por siempre.
“La hija del capitán”, de 221 páginas en la edición Salvat, se lee de un jalón. La pasión amorosa, el honor familiar y militar, la fidelidad en la amistad, desbordan sus páginas.
Un buen cigarro y un mejor café, son siempre buena compañía para este tipo de lectura.
Пока Пока.