Aparte de «Wakefield», hay otros cuentos muy celebrados en la obra de Hawthorne, pero ninguno tan borrascoso como «El joven Goodman Brown» y, en menor medida, «El velo negro del pastor».

Dicen que «El joven Goodman Brown» (1835) es el mejor cuento de brujería escrito en inglés y quizás lo sea. Lo cierto es que se trata de un relato escalofriante, una de las más aterradoras narraciones de la literatura usamericana.

Para aquilatar el efecto que la narración producía en el ánimo de los lectores hay que situarse en perspectiva, una perspectiva histórica como la de Nueva Inglaterra durante la época puritana. El cuento está ambientado en el poblado de Salem, en el siglo XVII, y se publicó por primera vez en el XVIII. No es probable que la mentalidad o el pueblo hayan cambiado gran cosa en ese lapso. El ambiente en que se desarrolla y se publica es el de una sociedad sometida a la creencia calvinista y puritana de que toda la humanidad existe en un estado de depravación y está destinada a la perdición, con excepción de un pocos predestinados graciosamente a la salvación y en cuyas vidas se refleja la gracia recibida. La gente vive abrumada por el sentido de la culpa y el pecado, convive mentalmente con brujas y demonios y lo sobrenatural está al acecho.

De ese entorno cultural y epocal se nutrían en gran parte los lectores de Hawthorne y no es difícil imaginar el efecto que en ellos producían sus aterradores cuentos y novelas, y en especial un cuento como «El joven Goodman Brown», que todavía pone los pelos de punta o hiela la sangre en las venas a mucha gente.

En rigor, el cuento es una especie de trampa que se apodera del lector desde la primera línea, lo desarma, lo predispone a sus peores miedos:

«Caía la tarde sobre el pueblo de Salem cuando el joven Goodman Brown salió a la calle; pero, una vez cruzado el zaguán, volvió la cabeza para intercambiar con su joven esposa un beso de despedida. Y Fe, pues este era su nombre —por cierto que muy adecuado—, asomó su linda cabeza a la calle, dejando que el viento jugara con las cintas color rosa de su gorrito mientras llamaba a Goodman Brown.

»—Corazón mío —murmuró ella con dulzura no exenta de tristeza, cuando sus labios hubieron rozado sus oídos—, te suplico que aplaces tu viaje hasta el amanecer y que duermas esta noche en tu cama. Una mujer sola se ve asaltada por tales sueños y pensamientos que a veces siente miedo de sí misma. Te ruego, querido esposo, que te quedes conmigo esta noche, tan sólo esta entre todas las del año.

»—Mi amor, mi Fe —replicó el joven Goodman Brown—, de todas las noches del año, esta es la única en que debo separarme de ti. Mi viaje, como tú lo llamas, es decir, la ida y la vuelta, debo realizarlo entre estos momentos y el amanecer. ¿Cómo dudas de mí, mi dulce y bella esposa, si apenas hace tres meses que nos hemos casado?

»—Entonces, que Dios te bendiga —dijo Fe, con sus rosadas cintas al aire—. Y ojalá que encuentres todo bien a tu regreso».

Nada, aparentemente, ha ocurrido y sin embargo el relato ha adquirido una inusitada intensidad y los personajes acusan un contagioso nerviosismo. Sabemos que algo trama el joven Brown, sabemos que está mintiendo. Su mismo nombre, Goodman, es engañoso.

»—Pobrecita Fe —pensó él con el corazón afligido—. ¡Cuán despreciable soy abandonándola para semejante cometido! Me ha hablado de sus sueños y, al hacerlo, me ha parecido que la amargura se pintaba en su rostro, como si un sueño le hubiese avisado de lo que va a acontecer esta noche. Pero no, no es posible, sólo el pensarlo la mataría. Bien, ella es un ángel bendito venido a este mundo y, después de esta noche, me pegaré a sus faldas y no dejaré de seguirla hasta llegar al cielo.

»Con tan inmejorables propósitos para el futuro, Goodman Brown se sintió justificado para acelerar el paso rumbo a su infame objetivo de la hora presente. Había tomado un camino sórdido, ensombrecido por los árboles más tenebrosos del bosque que, apenas apartados para poder pasar, ya se habían cerrado tras él de inmediato».

Algo maléfico o maligno impregna ahora el ambiente. Brown tiene un oscuro propósito definido, que nunca llegaremos a conocer. El misterio, en los relatos de Hawthorne, nunca se aclara. Pero intuimos que algo malo tiene que pasar y pasará:

«Al llegar a una curva del camino volvió la vista atrás, y cuando miró nuevamente al frente, se topó con la silueta de un hombre, severa y pulcramente ataviado, sentado al pie de un viejo árbol. Al acercársele Goodman Brown, se levantó y echó a andar, codo con codo, a su lado.

»—Llegas tarde, Goodman Brown —dijo—. Cuando pasé por Boston, el reloj de Old South estaba dando las campanadas y de eso hace un buen cuarto de hora.

»—Fe me entretuvo un rato —replicó el joven, con la voz temblorosa a causa de la repentina, aunque no del todo inesperada, aparición de su compañero».

Llama la atención la familiaridad con que se tratan el joven Brown y el extraño, que «tenía unos cincuenta años y parecía pertenecer a la misma clase social que Goodman Brown, con el que guardaba un notable parecido, aunque tal vez más por la expresión que por los rasgos». No sabemos su nombre, nos desconcierta su fina educación y sus modales: «lo único que llamaba la atención en él era su bastón, que tenía el aspecto de una gran serpiente negra, tan ingeniosamente labrada que se curvaba y contorsionaba como una serpiente de verdad». Sabemos y no sabemos quién es, pero es el diablo. Un diablo refinado y educado, conversador y afable como debían ser los diablos de Nueva Inglaterra.

En la medida en que se internan en el bosque los ánimos del joven empiezan a flaquear y su compañero lo recrimina:

»—Vamos, Goodman Brown —exclamó su compañero de viaje—. Paso muy cansino es este para estar al principio de la caminata; ya que tan pronto te fatigas, coge mi bastón.

»—Amigo —dijo el otro trocando su lento caminar por una detención absoluta—, hemos convenido en encontrarnos aquí, mas ahora es mi propósito regresar por donde he venido, pues siento escrúpulos respecto al asunto que nos concierne.

»—¿Con esas vienes? —replicó el de la serpiente, disimulando una sonrisa—. Sigamos, empero, hablando mientras caminamos: y si te convenzo no has de volver atrás. Apenas nos hemos internado un poco en el bosque.

»—Para mí es ya demasiado, ¡demasiado lejos! —exclamó el buen hombre, echando a andar de nuevo sin darse cuenta—. Mi padre jamás se aventuró en el bosque en una correría de esta clase, ni tampoco el padre de mi padre. Desde los tiempos de los mártires hemos sido una casta de hombres honestos y buenos cristianos; y sería yo el primero de los Brown que tomase este camino y lo siguiera.

—Con semejante compañía, ibas a decir —observó el de mayor edad interpretando su pausa—. ¡Muy bien dicho, Goodman Brown!, he sido tan amigo de tu familia como de muchos otros puritanos, lo cual no es decir poco. Ayudé a tu abuelo, el policía, cuando azotaba tan cruelmente a aquella cuáquera por las calles de Salem, y fui yo quien alcanzó a tu padre la tea de pino encendida en mi propio hogar con la que pegó fuego al poblado indio durante la guerra contra el rey Felipe. Ambos eran buenos amigos míos; han sido muchos los animados paseos que hemos dado juntos por este camino, tantos como nuestros alegres regresos pasada la medianoche. Será para mí un placer que, en memoria suya, tú y yo seamos amigos».

El joven Brown acababa de conocer una gran verdad que le cambiaría la vida, y aunque se resiste a creer lo que ha escuchado, todas sus convicciones y creencias terminarán por irse a pique. El diablo le había quitado el velo de la inocencia, le había quitado la virginidad y a continuación lo pondría en conocimiento de otras cosas terribles. El horror no ha sido revelado aún.

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