Fue Hemingway quien lo dijo en 1934. Dijo: “Toda la literatura moderna de Estados Unidos proviene de un solo libro de Mark Twain llamado Huckleberry Finn”. También indicó: “Antes de él no había nada”. Y continuó: “Después no ha habido nada tan bueno”.

El juicio de Hemingway es sin lugar a dudas tremendista y no resiste un análisis. Parecería más bien una ingeniosa ocurrencia. Antes de Mark Twain, y junto a Mark Twain, estaban Washington Irving, James Fenimore Cooper, Nathaniel Hawthorne, Charles Brockden Brown, Edgar Allan Poe, Herman Melville, Walt Whitman, Emily Dickinson, Henry James, Jack London, Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau y otros.

Más acertado es decir, como dijo William Faulkner, que Twain es el padre de la literatura norteamericana o mejor dicho usamericana. De hecho, Whitman y Twain y Edgar Allan Poe inventaron la literatura usamericana, le dieron identidad propia.

En los inicios, junto a Washington Irving como cuentista sobresale James Fenimore Cooper como novelista.

Irving se hizo de una nombradía excepcional con “Rip van Winkle” y “La leyenda de Sleepy Hollow” (1819 ). Hay quien lo define como el patriarca de la literatura de su país y muchos lo consideran como el mejor escritor de habla inglesa de su época. Otros, como Haskell Springer, lo celebraron como el “mejor escritor británico que había producido América”. Carlo Izzo asegura que Washington Irving “no tuvo de americano casi nada más que el lugar de su nacimiento y algunos temas de sus escritos”. Unos cuantos lo acusan de plagio o de ser un escritor muy poco original. Edgar Allan Poe, con su espíritu crítico y analítico, lo reconocía por su condición de innovador y pionero, pero sostenía: “Ningún hombre en la República de las Letras ha estado más sobrevalorado que Washington Irving”. Sin embargo, se reconoce en deuda con él, no niega su filiación. Lo innegable es que Washington Irving ha calado muy a fondo en la querencia y preferencia de sus compatriotas, por no hablar de sus lectores en todo el mundo y en las más variadas lenguas… Pocos escritores tan vigentes y venerados como él. Un escritor de culto.

Por su parte, Fenimore Cooper logró un amplio reconocimiento con una serie de novelas de aventuras, o por lo menos con una de ellas. Su obra más conocida, “El último de los mohicanos” (1826), introduce al lector en el mundo de las tribus indígenas que tomaron parte a favor de ingleses o franceses en las sangrientas luchas por el dominio de las tierras que pertenecían a los indígenas. La historia de un sangriento batallar entre ingleses y franceses y sus aliados nativos.

Es también la historia del héroe blanco criado por los indígenas que se expresa en perfecto inglés y protege a dos chicas francesas, el héroe blanco y su némesis. La historia de una atracción entre dos miembros de diferentes razas y un sinfín de peripecias. Todos los estereotipos de una visión paternalista, maniqueísta: lucha entre el bien y el mal, entre civilización y barbarie, el contraste entre los buenos y malos salvajes, la bondad de los civilizados y la crueldad de tribus brutales que comen animales crudos y masacran a los bondadosos e indefensos ingleses..

La obra ha sido tan leída como criticada por su desmesura y cierta innegable pesadez. Es decir, gozó y sigue gozando de gran popularidad entre los lectores, aunque no tanta entre los críticos, o mejor dicho entre los entendidos. Mark Twain se quejaba de su falta de variedad estilística y de lo que consideraba un derroche de palabras, el derroche de quien llama “el generoso derrochador”. De hecho, Mark Twain le dedicó a la obra de este autor todo un artículo satírico titulado “Los delitos literarios de Fenimore Cooper” donde pone en entredicho sus dotes de narrador. Lo acusa, incluso, de que “en el espacio restringido de dos tercios de una página, Cooper ha cometido ciento catorce delitos contra el arte literario”.

Los méritos de la conocida novela no parecen estar a la altura de su fama, como sucede a menudo con tantas obras de renombre. Lo innegable, sin embargo, es que Fenimore Cooper fue el primer novelista estadounidense que alcanzó amplio reconocimiento en su país y en el extranjero. A pesar de sus defectos, “El último de los mohicanos” le dio visibilidad y participación en un gran escenario a los pueblos nativos y es de alguna manera un clásico, lo que se llama un clásico.

La obra de Charles Brockden Brown (1771-1810), a quien algunos consideran el primer escritor profesional y el iniciador de la novela estadunidense, no compite en popularidad con la de Washington Irving y Fenimore Cooper, pero es sin duda un mejor escritor. Brown fue un cultor del género gótico, de la novela de terror que estaba tan de moda en esa época en Inglaterra y Alemania y otros países europeos. Su obra de más renombre es la novela “Wieland o la transformación” (1798 ) , basada en unos crímenes horribles, como los que dieron origen a la novela “A sangre fría”, de Truman Capote más de un siglo y medio después.

En el paisaje del gótico usamericano no hay castillos feudales como los de Europa, pero hay mansiones y casas más modestas igualmente pobladas de fantasmas. Sin embargo el terror y la locura provienen de otra fuente: la teocracia puritana calvinista, el fanatismo religioso que imperaba en casi toda la región. Un granjero que escucha la voz de Dios y habla con Dios, es víctima de un rapto de locura y por mandato divino o del demonio extermina a su familia. Esa es la fuente de inspiración de Charles Brockden Brown. El fanático religioso de “Wieland” también escucha voces y mata a su esposa y mata a sus hijos y estuvo la punto de matar a su hermana. Pero ese es el desenlace y no la esencia de la novela. “Wieland” es una obra de gran intensidad analítica y sicológica, una novela alucinante. Clara, la hermana que sobrevive a la matanza, es la que cuenta la historia, la angustiada y temerosa Clara que escucha misteriosas pisadas y es víctima de oscuras premoniciones.

“La aparición de estas luces despertó en mí una sucesión de horrores; sobre este lugar se cernía la destrucción; la voz que acababa de escuchar me había advertido que me marchase, amenazándome con el destino de mi padre si rehusaba. Quería, pero no podía obedecer; estos resplandores eran semejantes a los que habían precedido al golpe que le derribó, tal vez la hora fuera la misma. Temblé como si hubiese visto suspendida sobre mi cabeza la espada aniquiladora”.

Prácticamente olvidada o muy poco leída, la novela no ha dejado, sin embargo, de hacer sentir su saludable terror e influencia en obras de escritores mayores como Hawthorne y Poe, Melville, Faulkner y Capote. Incluso sobre la Mary Shelley de “Frankenstein”.

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