Caminando por la Habana Vieja, por Obispo, por el muelle, por la Estación del Tren, por el Café Solas, se me reventaron los tenis. La mitad de la suela del derecho se despegó y caminaba como barriendo las calles. Me senté al lado del Sancho del parquecito de los gatos a “mascar” chicle, cosa que pasó desapercibida ya que todos los turistas imitan a los camellos. Una vez “mascadas” varias cajitas, se los pegué en la suela averiada para poder regresar a mi casa al lado del “Chan Li Po”, en Campanario. Pero antes, al final de la remodelada y modernizada San Rafael, en Galiano, entré en la zapatería “La Batalla”, donde me cosieron la suela mala y reforzaron la buena.
- ¿Cuánto le debo?
- Nada camarada, usted es de la tierra de Máximo Gómez y del colega Keka.
- ¿Cómo diablo conoce este hombre a Keka – me pregunté. Todavía me pregunto.
Durante muchos años, la Necedad vestida de vaina, se empecinó, sin saber nada, en declarar que el son era dominicano, como si eso tuviera alguna importancia. Han tenido que pasar varios años para que podamos ver, a la misma Necedad, pasearse con un tapón en la boca.
El Son es de origen cubano y tan nuestro como de ellos. A mí no me pregunten ná. Que no me interesa porque soy tan cubano como puertorriqueño, aunque nací en la frontera de Haití. Vayan donde Dagoberto o resuciten a Fradique que ellos conocen mejor que nadie el asunto.
A Antonio Rodríguez tampoco le importó que esos regionalismos o chauvinismos no sirvan más que para pelear, sin ton ni son. Pero él sí sabía que el son cubano era también de Los Pepines y allí, en un rinconcito de la Archille Michell, puntual, a las 10 de la mañana, trago en mano, oyendo la nostalgia que le perseguía como perro hambriento tras su amo, celebraba la vida.
Descubrió Keka que aparte de la fotografía, la música también servía como estaca para atajar el tiempo y así lo hizo hasta sus 94 años cuando se confundió con las letras de su son favorito y dejó a los suyos que, como eco, lo repitan cada domingo.
Y, paradoja incluida, Pablo, Ricardo, Ángel y Leonardo, sus hijos, tomaron por asalto la Calle Cuba, como para soldar en hermandad de bronce los dos países.
Con el permiso, atinado, del Ayuntamiento, la Calle Cuba se transforma en una fiesta, en la fiesta de siempre, la fiesta de la alegría y la manifestación cultural más importante del Cibao.
Le lleva gabela al carnaval por la brevedad de este, su transformación, bajo presupuesto y el rechazo de la Iglesia, que ha influenciado en su desarrollo.
¡Qué casualidad que el son sea revivido en la Calle Cuba! No olvidemos que su antiguo nombre era Calle de la Unión, como si fuese premonitorio que ahora le da fusión cultural con el pueblo de Cuba. Cada domingo por la tarde, allí, uno no sabe si está aquí o en Santiago de Cuba.
La fuerza cultural, como marca de identidad y brote espontáneo, no espera de la burocracia ningún apoyo. Ocurre y punto.
Bellarina Muñoz, la mujer de Leonardo, hace de tripa corazón recogiendo lo que pueda para incentivar a las doce parejas de bailadores y a un grupo ocasional de soneros que le permita un descanso a “Agujita y su Conjunto”, las bocinas con bluetooth.
Tanto el son de las Ruinas de San Francisco, en la Capital, el Son de Villa Mella, el de Camboya, el del Egido y el de Keka, deben tener una conexión con el Ministerio de Cultura, o al revés. A ellos les sumamos el Son de Horacio frente al Museo del expresidente en Tamboril.
El Son y cualquier música, cura. El ruido de la llamada “música” urbana envenena. ¿Prueba? ¿Quién duda que nuestra juventud se asfixia en medio de raperos mafiosos y dembowneros tóxicos, adictos a las drogas, hookas y otras vainas? “No me jalen la cosa”, diría Pulín. Por suerte que lo malo siempre es pasajero.
Ir al son de Keka es detener el tiempo y ver a Pata Blanca con Sonia hacer gala de los gestos y pasos de la armonía musical hecha baile. ¡Qué agradable ver a Chelena y Nino! ¡Cuánta gracia!
El desatino de la Alcaldía de Abel, que metió de contrabando a Johnny Pacheco en un mural inmerecido, confunde. Pacheco, gran músico, millonario, no honró sus orígenes pepineros. Nunca ofreció un concierto en Santiago, ni en ningún lado del país, ni donó un lápiz a ninguna escuela de su barrio natal. El mural, precioso, debería estar en cualquier calle de New York. ¡Vitico, sí ! Víctor Víctor sí enriqueció el son junto a Francis Santana y no renegó sus orígenes… y eso lo sabía Keka, más que los politiqueros baratos.