El abuelo del presidente de la República llegó en un vapor a Puerto Plata en 1909

El vapor francés Québec soltó un pitazo al tiempo que sus chimeneas fumaban un humo negro, probablemente de la quema de las últimas paladas de carbón que le quedaban en el vientre. Toda Puerto Plata se puso en alerta con más curiosos y vendedores que familiares de los pasajeros que venían desde Baskinta, en el Líbano.

El grupo, que bajaba en fila, traía la palidez de quien no podía ocultar las calamidades de esa travesía interminable, se detenía frente a un señor de ojos saltones que miraban con crueldad y desprecio; de grandes bigotes, tan grandes como los del presidente Mon que ya tenía cuatro años mandando la terrible Guardia Republicana “para poner orden en el país”, que ya estaba ocupado, aunque digan que no.

El señor de aspecto repugnante, enflusao de arriba abajo, chalina ancha y una pluma que se hundía en el tintero después de 15 palabras, lo miró sin mirarlo.

-¿Nombre?

-Yoséf Sesín Abi Nader – respondió, con fuerte acento francés, aquel pasajero que traía, como único equipaje, una maleta de cuero de camello y de esquinas reforzadas con hojalata oxidada. Recibió un carnet de entrada, el que le cerraba su pasado vivido en aquella Gran Syria que, luego de la II Guerra Mundial (1947) se partiría en tres pedazos: Syria, El Líbano, que siguió hablando en francés y, Palestina a la que los ingleses le quitaron, un año después (1948), la parte sur para formar una sucursal del Infierno llamado Israel.

Casa de Badui Dumit.

Aquel territorio ocupado por el Imperio Otomano bautizó a todo el que se fuera, como turco. De manera que don José, turco, vino a parar a Puerto Plata sin imaginarse que uno de sus nietos llegaría a ocupar el cargo más alto del país que recién entró en contacto con la suela de sus zapatos. Ese 5 de octubre de 1909, don José se quedó en una posada de mala muerte en los alrededores de la estacion del tren. A primera hora del día siguiente, compró un boleto para irse a Santiago. En el camino no contó más de 15 casas y cuando llegaron a Altamira tuvieron que bajarse porque la cuesta era más empinada que la fuerza del tren que había instalado, 12 años antes, el presidente Heureaux.

Aprovecharon la parada para comer en el restaurante, al lado del túnel, de José Mercader, un catalán que llegó a Cuba y, espantado por la guerra de los 10 años (68-78), se estableció en la calle Cuesta Blanca de Santiago. Un abuelo que no conocí.

En la Estación Marte, frente al cementerio, no lo esperaba nadie y los muertos ni caso le hicieron. Alquiló un cuarto por el vecindario de la Calle del Comercio, no lejos del Mercado que era un solar donde las marchantas depositaban los frutos y vegetales desde que los gallos cantaban, antes de que el Sol saliera.
No tardó don José en conocer el pueblo y sus conciudadanos quienes le dieron la mano llenándosela de rollos de telas que el vendía, como perfecto buhonero, yarda por yarda y casa por casa.

La puntualidad de los pagos y el cumplimiento de sus compromisos hicieron que Badui Dumit, el más elevado de los turcos, le confiara la contabilidad de sus negocios y cuando este adquirió la propiedad, cerca de don Rafael Hernández, padre de Tomás Hernández Franco, se mudó a Tamboril y, al lado de aquella hermosa quinta, junto al río Licey, hizo familia.

En la esquina de la casa de Dumit, a la derecha del terreno y en la izquierda de la entrada del hoy Barrio Calientísimo, le nació un hijo que bautizó José Rafael y cuyo orgullo del lugar lo acompañó hasta el final de su larga existencia.

La casona de Badui es quizás la más vieja de Tamboril, con una hermosa arquitectura simple de manpostería y madera y con rasgos arabescos, que le ha permitido resistir el abandono de todos los que la ocuparon como lo fueron el propio José Sesín, Yapur Dumit, el doctor Felipe Durán, esposo de Toñita de Moya (la hija adoptiva de doña Trina); el dr. Tolentino, Francisco Dominguez (propietario de una importante tienda que estaba donde está la Veterinaria JS, frente al Cable y Canal de televisión), abuelo de Dominguez Brito quien dice será el próximo presidente, o que entre el mar.

Esa casa es uno de los principales patrimonios de Tamboril junto a la casa de Roselio Guzmán, el lugarteniente de Horacio Vásquez, que queda al lado, como si estuviera cuidando de los despredadores, borradores de historia. Es, sin duda, una resistencia arquitectónica.

Casa de Roselio Guzmán.

A estos espacios emblemáticos del pasado que fundó al pueblo de Tamboril, se suma el Club Primavera que data de 1919 y la Estación Tamboril del Ferrocarril Central Dominicano construida por Horacio antes de encojonarse con el primo y mandarlo al carajo.

Esta casona de los Dominguez debe preservarse ya sea que, renovada, sirva de un gran restaurante decorado con los elementos que dejaron sus huellas y para que no se pueble de sus fantasmas tal como lo hizo la que quedaba en la pista por La Vega y donde nadie se atrevía a entrar de noche. Sin olvidar que los chinos están al acecho.

Cuando José Sesín se mudó a Santiago en 1940, José Rafael contaba con 11 años y se alegró del cambio por la presencia cercana del Yaque por la parte oeste del Hipódromo, pero aquel pueblito lo llevaría en un riconcito de su más preciados recuerdos.

Luego pasaron gratos momentos en la Avenida Generalísimo No. 9, que antes había sido Av. 30 de Marzo y luego de la caída de Trujillo, Hermanas Mirabal. Ese espacio ya no existe porque construyeron el edificio gubernamental del lado oeste de los Bomberos. Si calculo bien, su casa era donde vivía el pintor Caimares en la subida e inicio de la avenida al lado del Dr. Fernández (legista) y del abogado Aybar.

Regresaron muy poco a Tamboril y cuando don José Rafael volvió, con más años que Matusalém, lo único que reconoció fue la Iglesia, la casa de Roselio, la de Badui y la de Horacio. Buscó en vano la Farmacia La Fe, La tienda de Bololo, la casa de Tomás Hernández y sus samanes, la casa de Pucha la hija de Roselio donde vivió Don Juan y Doña Fredé; la casa parroquial del padre Eustaquio y la bomba de gasolina Texaco en el lado este del Parque.

José Rafael Abinader, José Rafael Abinader y Luis y Badui Dumit.

Las casas son como retazos de historia sembrados para que no olvidemos nuestros orígenes, nuestra cultura y nuestra identidad.

El turismo no se atrae con tiendecitas de celulares y de hookas.

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