En momentos en los que la intelectualidad dominicana parecía abandonar su rol de conciencia crítica de la sociedad, en 1990, un año después del derribo del Muro de Berlín, que puso fin a la Guerra Fría, publicó el escritor Manuel Núñez su ensayo El ocaso de la nación dominicana, donde advertía sobre los planes de potencias y organismos internacionales para destruir la dominicanidad, con la colaboración de los “malos dominicanos”, denunciados por Duarte desde los orígenes de la República.
Desde hace unos meses hemos venido reseñando en estas páginas un renacer del pensamiento dominicano, que se percibe como un reconocimiento a la precisión con que se han ido cumpliendo los pronósticos de Núñez en su texto ensayístico, hasta el punto de que el laureado narrador Guillermo Piña Contreras y el economista Ramón Núñez Ramírez lo califican de profético, en colaboraciones de periódicos hermanos.
Hoy, cuando el escritor Cándido Gerón recomienda en un reciente artículo “volver a releer a Heidegger”, bajo el criterio de que el pensar es el “supremo quehacer del hombre”, hay que continuar en la expectativa de que los dominicanos estamos retornando al uso de esa cualidad exclusiva de la Humanidad. Desde que florecieron en los 90 las ONG y las aplicaciones de recetas de organismos internacionales, el pensamiento dominicano entró en un “ocaso”, que fue denunciado por el ensayista.
Núñez refiere ahora que cuando publicó El Ocaso de la Nación Dominicana deseó estar equivocado y no ver lo que hoy el pensamiento renaciente describe como una “profecía”. Los temas señalaban que “las naciones son mortales”, pero que en el caso dominicano existía una “traición de los intelectuales”. Esta se reflejaba en la sustitución de la población, junto a la desnacionalización del territorio, la cultura y la mano de obra, entre otros aspectos fundamentales para garantizar la nacionalidad.
Finalmente, debe preocuparnos la realidad de los pronósticos sobre “el peso de los problemas haitianos” sobre el país, reconocidos por el presidente Luis Abinader.