En su columna del pasado miércoles en El Caribe, el reconocido periodista Nelson Encarnación comenta lo que llama de manera irónica “La muerte del piropo”. Se refiere al “demencial alboroto” protagonizado por la vicepresidenta segunda del gobierno español, Yolanda Díaz, por el elogio presencial de un periodista que aseguró encontrársela “cada vez más guapa”.
La lectura del artículo de Encarnación nos trasladó a los textos leídos hace décadas escritos por los maestros Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset, quienes pronosticaban la decadencia de la cultura española, caracterizada por las bellas artes, ligadas a un comportamiento caballeresco.
El piropo del periodista, definido por el columnista como un “pobre hombre”, que asumía estar “en presencia de una real dama y no de un monstruo envalentonado por el poder del nuevo paradigma que hace de la galantería un cuerpo de delito”. Nos recuerda que en España están penados los piropos, recursos expresivos del varón frente a la belleza femenina.
Cervantes, creador del Quijote y su admirada Dulcinea, habría sido procesado como Luis Rubiales, dirigente del fútbol español, condenado al pago de 10,800 euros y a mantenerse alejado de la jugadora Jenni Hermoso, acusado de dar “un beso no consentido” a la dama durante la ceremonia de premiación del Mundial de Australia y Nueva Zelanda.
Lo que en principio se atribuyó a la euforia del triunfo, terminó utilizado por la misma Yolanda Díaz para incriminar a Rubiales, en lo que contó con la complicidad no varonil de Pedro Sánchez, presidente del gobierno español, pese a las disculpas del dirigente deportivo en la televisión.
Tanto Unamuno, en La agonía del cristianismo, como Ortega y Gasset en La rebelión de las masas, expresaron su temor por lo que vislumbraban para la España de sus amores. Intelectuales como Julián Marías la describen como “la España anticristiana”. En tanto que la fuerza del populismo ignorante temido por el autor de La España Invertebrada es una realidad. Ojalá no vuelva por aquí a descubrirnos de nuevo, con perversidades peores que las de Cristóbal Colón.