Rafal Wilczur es médico y amigo de Jerzy Dobrianecki, pero no viceversa. El primero, cara del pintor Cezanne, como si hubiese resucitado y, el segundo, con una mirada de malo, bigote de malo, actitud mala y un sombrerito a lo Pedro Navaja que le iba como anillo al dedo. Solo le faltaba el diente de oro.

La historia se desarrolla en Polonia a principio del siglo XX cuya exactitud nos la brindan los carros de la época y los coches que ya van siendo desplazados en una ambientación “de película”.

Cuando se supo que en el hospital, donde ambos trabajaban, inaugurarían un departamento de cirugía, Jerzy se las arregla para que un periodista publique una nota del futuro evento y que “nadie sería mejor para dirigirlo que él”. Eso se deduce de su afán por sobresalir y darse títulos que no tiene, pero su amigo Rafal, sí. Hasta la placa, como director, se la mandó a hacer dando por seguro que él sería el jefe.

Un inesperado accidente callejero cambió todo cuando un coche atropelló a un niño vendedor de periódicos. Rafal acudió y lo cargó hasta el hospital.

Se da, ahí, el primer choque entre los dos “amigos” porque Jerzy se opone a que se atienda a un niño pobre, callejero e incapaz de pagar en ese lugar para la alta sociedad.

Al día siguiente de la operación, Rafal descubre que su amigo ordenó que lo sacaran y que la madre del niño se lo llevara a su casa. Rafal lo recupera y lo salva, lo que le valió que fuese nombrado a la cabeza del departamento.

La envidia de Jerzy encontró el mejor momento para vengarse, tal y como hacen los mediocres y como hicieron los insignificantes en cada momento que tuvieron oportunidad a lo largo de la historia de la humanidad.

A un barrio oscuro y siniestro fue Rafal desesperado, buscando a su hija que se la había llevado Beata, su esposa. Tres ladrones lo asaltan y aunque Jerzy, alertado por Rafal, llega a tiempo y hubiese podido salvarlo con tan solo hacer un disparo al aire para dispersar a los atracadores, se queda observando que lo machaquen y le den un par de palos en la cabeza, tan fuertes que perdió la memoria. Jerzy en la cima de su euforia contemplativa lo abandona, se inventa una carta de suicidio cuando lo único que apareció fue un abrigo.

La película se centra, 20 años más tarde, en la hija y sus líos amorosos con un conde que se muere por ella y que ella esquiva sabiendo que no tiene sangre azul.

Rafal se establece en una granja sin saber quién es aunque en muchas ocasiones hace de médico de oídas, algo que al parecer no olvidó. Lo perdió todo, su nombre, sus orígenes, pero no perdió su habilidad de médico, ni su inmensa bondad que le sirvió para encontrar su nueva vida y su nuevo amor.

Cuando Marysia, la hija, decide escaparse con su condesito en la moto de este, tienen un accidente provocado por un pretendiente celoso y no correspondido quien le había cortado el cable de los frenos.

Al accidente llegan los padres del novio con su médico, se lo llevan al hospital, y dejan a la plebeya novia a su suerte. Es salvada con la ayuda del padre, el curandero Antoni, o sea Rafal amnesiado y su mujer que consigue robarle al médico que vino, su “kit” de piezas con la que él realiza la operación salvadora.
La madre del condesito le dijo a su hijo que su novia había muerto.

Rafal es acusado de “charlatanería” por ejercer la profesión de médico “sin serlo”. No bastó el testimonio de tantos pacientes curados por él para que el juez, en su rigidez, lo condenara. Jerzy, que lo reconoció, no lo defiende y pide que sea tratado por sus trastornos lo que sería, obviamente, aprovechado por él para empeorarlo y que no recupere ni la memoria y menos el puesto usurpado.

Solo las declaraciones de su hija, quien ya había descubierto que “el curandero” era su padre y que sí podía ejercer por ser médico, impide la condena.

Znachor fue escrita en el 1937 y se había hecho dos versiones anteriores a esta nueva adaptación del libro de Tadeusz quien murió en la ll Guerra Mundial defendiendo a los nazis en contra de la Unión Soviética, que fueron los que en realidad liberaron Polonia.

El Curandero fue dirigida por Michal Gazda con una fotografía impresionante de Tomasz Augustynek. No es cierto que sea una historia atemporal porque tiene su sello cultural que solo identifica a la Polonia de esa época. Lo que sí se puede decir es que es cíclica, cuando hablamos del comportamiento humano. En el cuento “El Pabellón 6” de Chéjov encontramos la misma situación cuando un medicucho quiere quitarle el puesto a quien ejerce.

En una tira cómica belga existe un personaje llamado Iznogud (derivado del inglés “It’s not good”) cuyo tema central es que el visir quiere ser califa en lugar del califa. Y, claro, en ese sentido se puede decir que la envidia es inherente al ser humano en cualquier lugar y en cualquier tiempo.

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