Iniciar este artículo rememorando a Fernando Ortiz, quien afirmó que Cuba es un ajiaco, así como Fernando Ferrán afirmara que República Dominicana es un sancocho, es hacer honor a una acción identitaria que ha de permanecer para siempre. Como un legado para ambos pueblos, el cubano y el dominicano, el contrapunteo entre la caña y el tabaco es la explicación para poder entender a estas dos culturas hoy y el por qué Cuba celebra con orgullo sus ancestros africanos y República Dominicana se bate entre un neoliberalismo incongruente y una explicación momentánea, a retazos, de los hechos que unen a todos los habitantes de este pueblo por los logros de algún artista, un equipo deportivo, o un logro de un miembro de nuestra diáspora que obtiene un premio Pulitzer haciendo fusiones de términos en Spanglish resaltando lo que ya está en desuso,
Cuba celebra el día de la cultura cada octubre y fue instituida en conmemoración de uno de los acontecimientos más relevantes de la historia de la patria cubana; la entonación por vez primera del Himno Nacional Cubano: La Bayamesa, llamado así por el pueblo cuando tropas mambisas al mando de Carlos Manuel de Céspedes liberaron a la ciudad de Bayamo. Fue el bayamés Pedro Figueredo (Perucho Figueredo), quien montado a caballo escribió las notas de este Himno, de versos levantiscos, y que se paseó por la ciudad, que prefirió ser quemada antes de ser entregada al enemigo y que siempre exaltó el sentimiento patrio. Es a partir de aquel 20 de octubre de 1868 que se institucionaliza el Día de la Cultura Cubana, reconociendo la esencia de las raíces cubanas con un innegable y acentuado elemento africano que, marcado por unas influencias europeas y un ancestro aborigen hacen al ajiaco más gustoso.
El poeta ghanés Atukwei Okai ya lo había afirmado: Cuba es africana y sin Cuba no se puede explicar África; pues la cultura africana es, sin dudas, un componente esencial de su identidad. Este proceso de simbiosis o transculturación, como lo llamó Fernando Ortiz, ha definido el hermanamiento de los pueblos africano y cubano a través de la historia.
La herencia africana cubana no solo se refleja en el arte, en la música, en la piel, sino también en las tradiciones culinarias, en la forma de los vestidos y hasta en la valentía con la que los cubanos asumen cada proyecto, cada batalla que se les presenta, por eso es un ajiaco, porque respira multiculturalidad, ya que, coincidentemente, el día de la Cultura Cubana es el día que la UNESCO ha dedicado a la dignidad, como si tuviera la intención de alinear eventos de trascendencia única como fue manifestado por Fernando Ortiz.
Los componentes del ajiaco que hoy constituyen el Estado-Nación cubano hay que buscarlos en los grupos que constituyen los pilares básicos de la cultura de este pueblo caribeño y que se inicia con los pueblos indoamericanos- aborígenes – los aportados por el componente español y el elemento que representa el africano. El primer componente, la cultura taína, es una fusión de un grupo protoagroalfarero que pobló toda la geografía de la Isla – Siboneyes- y que se fusionaron con oleadas de grupos migratorios de América del Sur que, emparentados con los grupos Arahuacos crearon la más numerosa población precolombina. Esto provocó una síntesis de todas las culturas aborígenes de la isla a través de su hibridación y con ello se ve una parte interesante de esta cultura/ajiaco. A partir del Siglo XV, la cultura taína sintetizaba el conjunto de las manifestaciones culturales de los pueblos que habitaban el Caribe Occidental. La voracidad de los europeos y el impacto de la conquista y colonización redujo ampliamente la población aborigen, fueron víctimas de un genocidio que hoy no pueden explicar los defensores de la historia oficial y que quizás por esta razón no tenemos los suficientes vestigios para poder explicar con exactitud los aportes de esta base cultural a nuestras generaciones, aunque todavía hoy quedan en el Caribe expresiones de estos grupos humanos expresados en el gusto por las frutas, el maíz, el consumo de raíces y tubérculos que hoy son indispensables en muchas de las cocinas caribeñas. Un ejemplo es el cazabe, principal derivado de la yuca y que fue sostén hasta de los grupos europeos que se convirtieron en consumidores de estos productos en los tiempos de mayores crisis.
En la toponimia, nominativos como Gurabo, Guaucí, Igua, Jánico, Jaibón y muchos términos más son herencia perecedera que hoy conservamos. Así como en la flora y la fauna hay nominativos que son producto de este componente cultural; Ceiba Jutía, Manatí son solo unos ejemplos y palabras en uso como hamacas, camas son términos muy frecuentados en la actualidad y su funcionalidad aprovechada en todos los niveles.
En los paisajes naturales de los pueblos caribeños se encuentran múltiples ejemplos de construcciones con expresiones y estilos de las construcciones a usanza de la época de nuestros aborígenes. Nada nos quedó de su música, mucho menos de sus expresiones religiosas y las muestras que podemos consumir son productos transculturales transformados por la superioridad del quehacer europeo.
La composición de grupos en el estilo de vida que se genera en el nuevo ajiaco se enriquece con la presencia europea y que se expresa de manera variopinta en un pueblo que, de aventureros ocupados por más de 800 años por los árabes, se convirtieron en conquistadores y colonizadores, representando a un grupo humano que estaba en recomposición, porque ni ellos mismos tenían una unidad monolítica para poder saber quiénes eran. Así, la empresa llevada a cabo por España no obedecía a un solo esquema nacional, sino a una multiplicidad de intenciones que, más que vender un proyecto de nación, se centraron en hacer una ruta comercial de explotación. España era una suerte de collage que dejó una huella de dos guerras en la Cuba del Siglo XIX y una coalición de grupos humanos formados por genoveses, árabes, judíos, portugueses y otras muchas nacionalidades que provocaron movimientos en Cuba, no contra España, sino con sus representantes.
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Connected Worlds: The Caribbean, Origin of Modern World. “This project has received funding from the European Union´s Horizon 2020 research and innovation programme under the Marie Sklodowska Curie grant agreement Nº 823846. Dirigido por Consuelo Naranjo Orovio desde el Instituto de Historia-CSIC”.