Al hilo de la publicación anterior, queremos referirnos a la obra de Luis Muñoz intitulada: “Un niño Cristo” (1984), portadora de un mensaje poderoso, que asocia la vida al sacrificio. Nacemos del dolor de una madre que debe afrontar contracciones para vernos nacer o que es sometida a un parto por cesárea; y nos desarrollamos con base en esfuerzos internos y externos de manera constante.
Luis edulcora la crucifixión de Jesús en la obra, recrea en su lugar un bebé recién nacido que parece salir de las entrañas de una madre, cuyo rostro extenuado se integra al extremo inferior izquierdo de la composición. La cruz se extiende hacia un universo infinito como si se tratara de un cohete que va trascendiendo los planetas en un viaje estelar. Los clavos no van tras los pies o brazos del recién nacido, sino de su madre como ente responsable de su futuro, crianza y educación. Algunos círculos envuelven el entramado pictórico como si fueran embriones de los que brota una luz anunciando la vida que porta cada uno.
Un hombre sin pasado es como un hombre sin identidad, y en las obras de Luis Muñoz se percibe esa preocupación constante por reconectar con su herencia ancestral. La pieza “Simbología Taína 2” (1989), se destaca por ser un compendio historiográfico en el que nos revela diversos elementos y deidades de la cosmogonía aborigen, principalmente, de la cultura taína. En la obra de referencia, máscaras, dúos, sillas ceremoniales, figuras antropomorfas, behiques y chamanes cobran vida a través del grafito y la tinta, y logran resucitar en cada trazo un legado cultural profundo.
La simbología del pez en sus creaciones puede interpretarse como una metáfora de la vida, la transformación y el renacimiento, temas que él explora a través de su arte, lo que queda evidenciado en la pieza “Sueño” (1996), pero también en decenas de obras donde acentúa su interés por la conexión entre el hombre con el pez. Continuará.