Cada pincelada en la obra de Luis Muñoz parece evocar una ola, y cada ola una marea que arrastra consigo recuerdos, emociones y reflexiones. En este sentido, su exposición en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo no solo es manifestación de su evolución técnica, sino también un viaje a través de sus mundos internos, de su estética, al ver la isla con los ojos del alma desde un área continental.
La sensibilidad de Muñoz hacia los aspectos sociales de la vida también queda reflejada en su arte. Desde su deseo por que sus obras formen parte integral para la educación, hasta su aspiración de crear espacios para que los artistas puedan convivir y crear juntos. De esta forma, demuestra un profundo compromiso con el bienestar colectivo y con el rol del arte en la sociedad. Estas preocupaciones se perciben también en la forma en que aborda sus composiciones, donde cada cuadro parece ser un regalo, una ofrenda a la humanidad.
En una revisión de sus trabajos en el tiempo hay que hacer una parada en “Composición” (1974), un grafito sobre cartulina donde se apropia de partes de un todo. Un pie derecho es el protagonista, pero al mismo tiempo, es anónimo, porque desconocemos a quién corresponde. Se integra a la composición como parte de un imaginario surrealista, para dar paso a formas geométricas y a ciertos rejuegos de luces y sombras que asocian algunas áreas con el vacío. Pareciera en conjunto un dictamen hacia los vagos recuerdos de la existencia y la referencia a los planos inconclusos en nuestro universo interno.
Las formas vegetales, animales y las siluetas femeninas van a primar en buena parte de su discurso pictográfico, que analiza lo humano desde las partes que lo integran. El artista nos remite a planos superpuestos, entre figuración y abstracción, y devela pasajes históricos, religiosos y hasta de la vida cotidiana. Todo ello nos remite a un proceso documental cargado de referencias y memoria.