Cuando me fui a La Habana a estudiar Historia del Arte poco conocía sobre el arte dominicano. Llegué a Cuba con una maleta de sueños y una gran sensibilidad. Ha sido esta mi base para adentrarme a lo desconocido y, poco a poco, ir conformando un empaque general que con el tiempo me ha permitido ir constituyendo mi memoria histórica.
Que he tenido suerte, sí, mucha, porque en poco tiempo he tenido la oportunidad de compartir y aprender de muchos de los principales especialistas de mi país, pero, sobre todo, estar de cerca de grandes maestros del arte nacional y, los que no he conocido, por lo menos he tenido acceso a un grueso de sus obras a través de las cuales he generado una visión concreta en relación a su estilo, visión estética y la función social que ejerce su creación artística en la sociedad.
Mi incesante curiosidad por el conocimiento, me guiaron a trabajar desde el segundo año de la carrera en mi tesis que, sin lugar a duda, quería que fuera sobre arte dominicano. En el camino me encontré con la obra de Clara Ledesma, quedando fascinada por su universo de detalles, pero al leer más sobre su vida, quedé completamente eclipsada, ya que mi vida tenía muchos puntos de contacto con la suya.
Aquel encantamiento me hizo decidir sin reparo que mi proyecto de investigación debía ser sobre la obra de Clara Ledesma. No obstante, seguía teniendo un problema, y es que no tenía una visión clara y precisa en relación al arte dominicano, todo lo que había encontrado hasta el momento era disperso y sustentado en opiniones más que en hechos registrados. Permeaba más la subjetividad que otra cosa. Debía sentarme a sistematizar toda la información, por lo que en apretada síntesis y acogiendo las atinadas sugerencias de mi querido tutor, el Dr. Enerdo Martínez, empecé a hilvanar un discurso sobre el aspecto histórico para luego adentrarme en un estudio formal de las obras de Clara Ledesma en las principales colecciones de arte en la República Dominicana. Continuará.