La historia del arte dominicano ha estado marcada por diversos momentos políticos y sociales que han influenciado la evolución de sus expresiones artísticas. Uno de esos momentos cruciales fue tras el ajusticiamiento de Rafael Leónidas Trujillo, cuando el país se sumió en una inestabilidad política. En este contexto, la abstracción emergió como un medio por excelencia para matizar el espectro de intereses conceptuales en el panorama artístico cultural dominicano.
Entre los artistas que encontraron en la abstracción un lenguaje expresivo destacaron Alberto Ulloa, José García Cordero, Antonio Guadalupe, Antonio Peña (Cuquito) y Freddy Javier. Aunque algunos de ellos, como Freddy Javier, se desempeñaron desde la academia, lo que pudo haber limitado su proceso de experimentación. La pléyade de artistas preparó el terreno para una regeneración del pensamiento, nutriéndose del medio citadino, valorando el cambio en los agentes expresivos.
Tal como señala el artista Enriquillo Amiama, la abstracción es parte de los muy originales lenguajes, combinada con la figuración no realista. Maestros como Fernando Ureña Rib, crearon mundos oníricos que bordean la abstracción sin que esta llegue a ser absoluta, agrega Amiama. Pone como ejemplo lo que ha pasado con la obra de Ada Balcácer, Elsa Núñez y Guillo Pérez con sus paisajes y marinas casi abstractas de los 60 y 70 y, posteriormente, con su constructivismo torregarciano en que la abstracción geométrica se hizo presente. El propio Amiama ha centrado su obra alrededor del arte abstracto influenciado por Kandinsky. Desde 1982, el artista viene explorando en fuentes primarias, otorgando en sus composiciones mayor interés por el pop art. Al detenernos en su producción visual, se aprecia esa mezcla un tanto subjetiva y hasta caprichosa como él mismo advierte, llena de realismo clásico, neosurrealismo o hiperrealismo con abstracciones libres. Ciertamente la década de 1980 se convirtió en cantera para varios artistas, destacando entre el colectivo dos figuras puntuales como son Juan Mayí y Pedro Terreiro, cuyos anales se interceptaron a través de una publicación reciente. Esta etapa marcó el quehacer artístico de casi la totalidad de figuras que integran la denominada generación de los 80.