A lo largo de su ciclo vital, Clara Ledesma mostró siempre un gran sentido de pertenencia. Todo lo que refrendara su lar nativo era de interés en su universo. Esto se confirma en los elementos que integran su producción visual y el tratamiento del color donde evoca el gran Caribe.
La integración de aves, flores, soles, lunas, caballos, mariposas y peces hará de sus composiciones portales mágicos donde la figura del hombre y la mujer serán representados como seres duales, porque en el imaginario de Clara Ledesma no había jerarquía entre uno y otro, sino paridad.
Desde el espacio neoyorquino se integró a la diáspora dominicana conformada en ese entonces por Antonio Toribio, Darío Suro, Enrique Cánepa, Félix Disla y, más tarde, José Perdomo. Para la década de 1980, Clara se encontraba llena de compromisos tanto familiares como laborales. Viajaba con frecuencia y debía atender su galería en Nueva York y la representación de su obra en Colbert Gallery en Montreal, Canadá.
Participó con su obra en la exposición “Modern and Contemporary Art of the Dominican Republic”, organizada por la American Society y The Spanish Institute, en Nueva York (1996). Esta muestra fue exhibida igualmente en el Bass Museum of Art, en Miami, Florida, EE.UU.
En 1997, Clara Ledesma fue condecorada por el presidente Leonel Fernández con la Orden al Mérito Duarte, Sánchez y Mella en el Grado de Caballero por su “trascendental aporte al desarrollo de la pintura” en la República Dominicana.
La diabetes, la artritis y los problemas visuales que padeció, terminaron mermando sus actividades. Según la señora Ivonne Nader, “Clara formaba parte de la familia -pues la Galería Nader representó su obra-, vínculo que se mantuvo hasta los últimos años de su partida, tan enigmática como su obra, acaecida en la ciudad de Nueva York, -en 1999, víctima de un infarto”. Sus restos descansan en su natal Santiago de los Caballeros, República Dominicana.