Muy a pesar de que Iris sigue su propio camino, marcando las figuras con un trazo grueso y deliberado que reviste un efecto de inacabado, se aprecia la influencia de sus maestros, lo que añade una dimensión trascendental a su trabajo. La poesía, tanto en su forma escrita como visual, se entrelaza con la pintura para crear composiciones que superan lo material y se adhieren a lo espiritual.
El tema de la migración, la resiliencia y la conexión con el entorno natural son recurrentes en su obra, lo que refleja una sensibilidad aguda hacia las realidades sociales y ambientales que nos rodean. A través de sus creaciones, Iris invita al espectador a reflexionar, cuestionar y sensibilizarse, y busca establecer una conexión genuina con el mundo que habitamos.
Para comprender mejor los presupuestos respecto a su labor, se hace necesario desintegrar las partes del todo y empezar a abordar cada elemento en su contexto. En este sentido, cuando nos referimos a una experiencia multicultural a través de su obra, nos centramos en el principio de que la propia Iris es consciente de su identidad, al comprender que ella en sí misma es el resultado de un proceso simbiótico de gran relevancia que comporta la mezcla del aborigen con el europeo y más tarde el africano. Porque así es el espacio caribeño, lleno de síntesis e hibridación.
Tal vez lo multiétnico debería abordarse en primer plano, pero nos apegamos a la fórmula matemática de que “el orden de los factores no altera el producto”, salvo por la visión histórica, pues los hechos se van sucediendo en el tiempo. Pero, sin reparar mucho en las conceptualizaciones de por qué esto y no aquello que deberá quedar a la discreción e interés del lector, centrémonos en lo multiétnico. Este ingrediente guía a la artista a rebuscar en su pasado ancestral para conectar no solo con el mundo taíno, nuestros primeros padres -asumido desde una visión del dominicano contemporáneo-, sino que hay un más allá que guía su proceso creativo a los arahuacos como cultura madre.