Introducción
La vida cristiana consiste en vivir según el Espíritu que Cristo nos envió desde el Padre. Este Espíritu es quien realiza en nosotros todas las cosas. Él nos da la gracia que santifica, nos perdona, nos libera, nos da sus siete dones, infunde en nosotros las virtudes teologales y las cardinales, nos da diversos Carismas para el bien de la comunidad, nos reúne en un solo Pueblo, nos hace compartir los bienes y tener un mismo corazón. Es el amor de Dios derramado en nuestros corazones y de todas sus muchas acciones y manifestaciones hay que son las más exquisitas de todas: los llamados frutos del Espíritu Santo.
I-¿Qué son los frutos del Espíritu Santo?
Cuando la persona corresponde a la vida del Espíritu en ella, produce actos de exquisita virtud que pueden compararse a los frutos de un árbol.
Una buena expresión que ayuda a entender, de modo general los frutos del Espíritu en nosotros, es ésta de Santo Tomás: “Son frutos del Espíritu Santo todos aquellos actos virtuosos en los que el alma halla consolación espiritual”. Así la paciencia, para poner un ejemplo, es un fruto del Espíritu Santo, cuando la persona cristiana sabe llevar contrariedades y la lucha de esta vida sin quejarse y al vivir esas situaciones las vive con consolación espiritual. De esta manera su actitud frente a las situaciones difíciles indica “paciencia” y la consolación espiritual que le acompaña nos dice que ella nace de la acción del Espíritu Santo.
Otro camino que nos puede ayudar a comprender los frutos del Espíritu es le compararlos con los frutos de la carne. Los frutos de la carne van acompañados por profunda desolación espiritual. La Carta a los Gálatas, Cap. 5, 16-26, que los trata y enumera algunos de ellos dice que ellos “mantienen odios, discordias y celos” y los que los viven “se enojan fácilmente, causan rivalidades, divisiones y partidismos”.
En el aprendizaje y en el discernimiento de los frutos del Espíritu Santo en nosotros, nada puede suplir la observación de los que pasa en nosotros y someterlo a discernimiento.
II-¿Cuántos son los Frutos del Espíritu Santo?
San Pablo en su Carta a los Gálatas nos da una lista de nueve. Pero, como sabemos, ninguna de estas listas es completa. El apóstol en ese lugar enumera aquellos que considera necesarios en ese momento para su enseñanza, pero no quiere decir en modo alguno que ese es el número completo. Es por eso que nunca un texto de la Escritura nos da la enseñanza completa que Dios quiere revelar. Necesita ser completada.
En la catequesis la Iglesia nos ofrece una lista de doce, entre los que figuran los nueve que cita San Pablo en los Gálatas (caridad, gozo, paz, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe y continencia) y otros tres más (paciencia, modestia y castidad). Pero tampoco esta lista es completa. Tenemos estos doce como buen resumen de estudio. Lo importante es recordar la definición que nos da Santo Tomás y que podemos extenderla a otros distintos de estos doce y que son también frutos: “Son frutos del Espíritu Santo todos aquellos actos virtuosos en los que el alma halla consolación espiritual”.
III- Breve explicación de cada uno de los doce frutos
Según el Catecismo de la Iglesia Católica en su número 1832, “los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: ‘caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad’ (Ga 5,22-23)”.
1.Caridad o amor:
Es, evidentemente, el amor de Dios derramado por el Espíritu en el creyente, pero manifestado como amor al prójimo. Ve en todo hombre su hermano, más aun, llega a ver a Cristo en su prójimo; se entrega a su servicio hasta la donación de su propia vida: vive, en una palabra, todas las características del amor (1 Corintios 13), pero en relación al prójimo.
2.Alegría o gozo:
Es el gusto, deleite y fruición profunda y espiritual, que nace de la conciencia que se tiene de la amistad con Dios. Cuando ya este fruto se manifiesta, “la persona es alegre y optimista”.
“Parece como si irradiara un resplandor interior que le hace ser notado en cualquier reunión. Cuando está presente, parece como si el sol brillara un poco más de luz, la gente sonríe con facilidad, habla con mayor delicadeza” (P. Leo J. Trese).
3.Paz:
Como el gozo, también este fruto se basa en la conciencia que se tiene de la amistad con Dios. Encierra la idea de perfección y plenitud. Es la persona serena, tranquila. Se dice de él que tiene una “personalidad equilibrada”. En medio de las preocupaciones conserva la calma profunda. Es un tipo ecuánime, en quien se confía fácilmente y a quien se acude en las cosas de emergencia, difíciles y de conflicto.
4.Paciencia:
Como fruto del Espíritu, por la paciencia la persona acepta hasta el heroísmo los sufrimientos y males. No son para ella una carga insoportable, sino que los asimila de una manera positiva y los maneja de tal manera que no son destructivos ni para él ni para los que lo rodean, sino que los usa como instrumentos para la construcción de Reino de Dios. Comprende muy bien aquella expresión de San Pablo: “Para los que aman a Dios, todo contribuye para su bien” (Romanos 5, 3-5).
5.Benignidad:
Otras palabras que definen muy bien este fruto son: amabilidad, afabilidad, gentileza, benevolencia, comprensión de los demás, y de hecho, son utilizadas por los traductores de las diferentes Biblias para indicar este fruto que viene en la lista de San Pablo a los Gálatas. Así la persona en la que se produce este fruto del Espíritu es benigno, amable, afable, gentil y comprensiva. La gente acude a él con facilidad.
6.Bondad:
Posee este fruto aquel de quien se dice: ¡Qué bueno es! ¡Qué bondad la suya! ¡Es profundamente bueno! Es aquel que sabe ver lo bueno que hay en cada ser humano. Sin ser ingenuo, se fija más en los positivo de las personas y de la vida que en lo negativo. Al actuar así, como en los demás frutos, siente consolación de Espíritu.
7.Longanimidad:
El acto virtuoso, acompañado de consolación del Espíritu, en el que nos sentimos animados para atender a algo bueno que está muy distante de nosotros, o sea, cuya consecución se hará en mucho tiempo. En la longanimidad se juntan la magnificencia y la paciencia. La magnificencia, porque se quiere emprender obras difíciles de realizar sin asustarse ante la magnitud del trabajo o de los grandes gastos que sea necesario invertir, confiado en que es factible lo que se propone, aunque sea tarde.
8.Mansedumbre:
Este fruto consiste en una moderación y dominio de la ira, que no hace daño, sino que, al revés, va acompañando de la consolación del Espíritu. A la mansedumbre se opone la agresividad, la indignación violenta, el griterío airado, la blasfemia, la injuria, la riña, la violencia, el rencor, el deseo de venganza misma.
El manso dialoga y discute, defendiendo sus puntos de vista con persuasión, pero sin llegar a la disputa y al acaloramiento. Mansedumbre no significa debilidad ni blandura. El manso sabe ser enérgico y fuerte cuando es necesario, pero sin dejarse dominar de la ira.
9.Fe:
Cuando decimos fe, podemos entender tres cosas:
1) La fe, como virtud derramada por el Espíritu en nuestro Espíritu, por lo que el ser humano cree, aceptando la Buena Nueva, y entregándose a Cristo. Por esta fe, proclamamos las verdades contenidas en el Credo.
2) La fe carismática, aquella confianza en Dios, que es capaz de llegar a hacer milagros y hasta mover montañas.
3) La fe que equivale a fidelidad. Es esta fe la que es fruto del Espíritu. La persona en la que ya se produce este fruto permanece fiel a su fe, no la abandona y defiende ante los ataques.
10.Modestia:
La modestia nos lleva a guardar el debido decoro en los gestos y movimientos corporales, el debido orden en el arreglo del cuerpo y del vestido. La persona modesta tiene en su comportamiento, en su vestido y en su hablar una decencia que le hacen fortalecer la vida cristiana de los demás, no debilitarla. Su amor a Jesucristo, le hace estremecer ante la idea de actuar de cómplice del diablo, de ser ocasión de pecado para otro.
Van en contra de la modestia la vanidad (por ejemplo, usar este vestido por llamar la atención) la sensualidad (buscar vestidos más suaves y delicados); es descuido de la persona (olvidando la propia dignidad y el respeto que se merecen los demás); la excesiva solicitud (no pensando más que modas y presentarse bien elegante en público). La modestia va muy unida a la humildad y sencillez.
11.Continencia o dominio de sí mismo:
Este fruto del Espíritu indica el control personal sobre los propios impulsos y deseos. Y al hacerlo, se hace con gusto, con la consolación del Espíritu. No es una represión dañina sobre la persona. Es un dominio de sí mismos que evita todo tipo de excesos. Descubre que en la vida todas las cosas hechas por Dios son buenas, que el pecado está en los excesos, y por eso conserva todas las cosas en sus justos límites, confortado por el Espíritu Santo.
12.Castidad:
Los actos propios del fruto de la castidad se refieren a la capacidad generativa del ser hombre. El hombre o la mujer castos saben que el sexo es un don de Dios y le bendicen y le alaban por este don. Se dan cuenta que la facultad de procrear es una participación del poder creador de Dios dado a la humanidad. Son conscientes de que esta facultad es algo precioso y sagrado, un vínculo de unión, que ha de usarse como una manifestación del amor entre dos personas, sólo para ser usada dentro del ámbito matrimonial y para los fines establecidos por Dios; nunca como pura diversión o como fuente de placer egoísta o para usar a la otra persona como objeto.
La castidad es vivida también por los casados, porque el varón o la mujer casados han de ser castos frente a otras mujeres u hombres, como el Sacerdote o la religiosa lo son para todas las mujeres y hombres. Cuando la castidad se vive gustosamente, no como represión molesta, es señal de que se está viviendo ya como en fruto del Espíritu.
Conclusión
CERTIFICO que los textos citados aquí forman parte de mi libro “Para vivir Pentecostés siempre”.
DOY FE en Santiago de los Caballeros a los dieciséis (16) días del mes de mayo del año del Señor dos mil veinticuatro (2024).