Introducción
La oración es todo tiempo y de cada día. Pero en su historia milenaria la Iglesia insiste en el tema de la oración, de manera especial, en la Cuaresma, porque este es un período muy especial dedicado, además del ayuno y la limosna, a la escucha de la Palabra de Dios, a la meditación, al recogimiento, a hablar con Dios, lo cual, todo ello, es oración.
He aquí algunos textos que nos ofrece la Iglesia sobre la oración en el tiempo cuaresmal, recogidos de su abundante literatura a lo largo de veinte siglos. No incluimos textos de la Biblia.
1-La oración es luz del alma
El autor del texto siguiente es del siglo IV o V, anónimo, extraído de una homilía suya sobre la oración. Nos ofrece unas reflexiones entusiasmaste sobre la riqueza y prestancia de la oración.
“Nada hay mejor que la oración y coloquio con Dios, ya que por ella nos ponemos en contacto inmediato con él; y, del mismo modo que nuestros ojos corporales son iluminados al recibir la luz, así también nuestro espíritu, al fijar su atención en Dios, es iluminado con su luz inefable.
Me refiero, claro está, a aquella oración que no se hace por rutina, sino de corazón; que no queda circunscrita a unos determinados momentos, sino que se prolonga sin cesar día y noche.
La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Por ella nuestro espíritu, elevado hasta el cielo, abraza a Dios con abrazos inefables, deseando la leche divina, como un niño que, llorando, llama a su madre; por ella nuestro espíritu espera el cumplimiento de sus propios anhelos y recibe unos bienes que superan todo lo natural y visible.
Para que alcance en ti su perfección, pinta de luz la casa interior con la moderación y la humildad, hazla resplandeciente con la luz de la justicia, adórnala con buenas obras, como con excelentes láminas de metal, y decórala con la fe y la grandeza de ánimo, a manera de paredes y mosaicos; por encima de todo coloca la oración, como el techo que corona y pone fin al edificio, para disponer así una mansión acabada para el Señor y poderlo recibir como en una casa regia y espléndida, poseyéndolo por la gracia como una imagen colocada en el templo del alma”.
2-Quien nos dio la vida nos enseñó también a orar
El autor de la siguiente reflexión es San Cipriano, que nace en al año 200 y muere mártir en el 258. A los 48
años fue Obispo de Cartago, en el Norte de África. Nos dejó numerosos escritos. Entre ellos “El Tratado sobre la oración del Señor”, del que está extraído el párrafo que transcribimos a continuación:
“A más de otras enseñanzas y preceptos divinos, con los cuales encaminó a su pueblo a la salvación, Cristo nos enseñó también la forma de orar, él mismo nos inculcó y enseñó las cosas que hemos de pedir.
Quien nos dio la vida nos enseñó también a orar, con aquella misma benignidad con que se dignó dar y conferir los demás dones, para que, al hablar ante el Padre con la misma oración que el Hijo enseñó, más fácilmente seamos escuchados”.
3-Lo que pide la oración lo alcanza el ayuno y lo recibe la misericordia
El autor del siguiente trozo es San Pedro Crisólogo que, como indica el apellido que se le ha dado, es el de “la palabra de oro”. Vivió en el siglo V y murió en el año 450.
De uno de sus Sermones son estas enseñanzas: “Tres cosas hay, hermanos, por las que se mantiene la fe, se conserva firme la devoción, persevera la virtud. Estas tres cosas son la oración, el ayuno y la misericordia. Lo que pide la oración lo alcanza el ayuno y lo recibe la misericordia. Oración, misericordia y ayuno: tres cosas que son una sola, que se vivifican una a otra.
“El ayuno es el alma de la oración, la misericordia es lo que da vida al ayuno. Nadie intente separar estas cosas, pues son inseparables. El que sólo practica una de ellas, o no las practica simultáneamente, es como si nada hiciese. Por tanto, el que ora que ayune también, el que ayuna que practique asimismo la misericordia. Quien desea ser escuchado en sus oraciones que escuche él también a quien le pide, pues el que no cierra sus oídos a las peticiones del que le suplica abre los de Dios a sus propias peticiones”.
4-La oración es una ofrenda espiritual
Tertuliano es un sacerdote del siglo II, vivió del 156 al 220 y, entre sus escritos nos dejó un “Tratado sobre la oración”.
De él tomamos la siguiente meditación, que trae a nuestra memoria el fervor de los primeros cristianos y su fe en la fuerza de la oración.
“La oración es una ofrenda espiritual que ha eliminado los antiguos sacrificios ¿Qué me importa -dice- el número de vuestros sacrificios? Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de becerros; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Quién pide algo de vuestras manos?
Por esto, su finalidad es servir de sufragio a las almas de los difuntos, robustecer a los débiles, curar a los enfermos, liberar a los posesos, abrir las puertas de las cárceles, deshacer las ataduras de los inocentes. La oración sirve también para perdonar los pecados, para apartar las tentaciones, para hacer que cesen las persecuciones, para consolar a los abatidos, para deleitar a los magnánimos, para guiar a los peregrinos, para mitigar las tempestades, para impedir su actuación a los ladrones, para alimentar a los pobres, para llevar por buen camino a los ricos, para levantar a los caídos, para sostener a los que van a caer, para hacer que resistan los que están en pie”.
5-Jesucristo ora por nosotros, ora en nosotros y a él dirigimos nuestra oración
San Agustín, uno de los más grandes pensadores de la Iglesia de todos los siglos y escritor prolífero, se convierte al cristianismo a los 32 años, cinco años después, a los 37 es ordenado sacerdote y luego Obispo a los 42, vivió 76 años, del 354-430. Nos ha dejado hermosa y profundas páginas sobre la oración. Una de ellas es la que sigue:
“El mayor don que Dios podía conceder a los hombres es hacer que su Palabra, por quien creó todas las cosas, fuera la cabeza de ellos, y unirlos a ella como miembros suyos, de manera que el Hijo de Dios fuera también hijo de los hombres, un solo Dios con el Padre, un solo hombre con los hombres; y así, cuando hablamos con Dios en la oración, el Hijo está unido a nosotros, y, cuando ruega el cuerpo del Hijo, lo hace unido a su cabeza; de este modo, el único salvador de su cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ora por nosotros, ora en nosotros, y al mismo tiempo es a él a quien dirigimos nuestra oración.
Ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en nosotros, como cabeza nuestra; recibe nuestra oración, como nuestro Dios.
Reconozcamos, pues, nuestra propia voz en él y su propia voz en nosotros. Y, cuando hallemos alguna afirmación referente al Señor Jesucristo, sobre todo en las profecías, que nos parezca contener algo humillante e indigno de Dios, no tengamos reparo alguno en atribuírsela, pues él no tuvo reparo en hacerse uno de nosotros.
A él sirve toda creatura, porque por él fue hecha toda creatura, y, por esto, contemplamos su sublimidad y divinidad cuando escuchamos: Ya al comienzo de las cosas existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios; ya al principio estaba ella con Dios; por ella empezaron a existir todas las cosas, y ninguna de las que existen empezó a ser sino por ella.
Y dudamos en atribuirle estas expresiones por el hecho de que nuestra mente, que acaba de contemplarlo en su divinidad, se resiste a descender hasta su abajamiento, y le parece que le hace injuria al admitir unas expresiones humanas en aquel a quien acaba de dirigir su oración como Dios; y, así, duda muchas veces y se esfuerza en cambiar el sentido de las palabras; y lo único que encuentra en la Escritura es el recurso a él, para no errar acerca de él.
Por tanto, oramos a él por su condición de Dios, ora él por su condición de siervo; por su condición divina es creador, por su condición de siervo es creado, habiendo asumido él, inmutable, a la creatura mudable, y haciéndonos a nosotros con él un solo hombre, cabeza y cuerpo. Así, pues, oramos a él, por él y en él; hablamos con él y él habla en nosotros”.
Conclusión
CERTIFICO que los cinco textos citados por mí en mi artículo “La Oración en Cuaresma” están todos ellos tomados del Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas de la Iglesia para el tiempo de Cuaresma.
DOY FE en Santiago de los Caballeros a los catorce (14) días del mes de marzo del año del Señor dos mil veinticuatro (2024).