La Feria Internacional del Libro ha pasado. A la cuarta fue la vencida. Me refiero a la fecha. La ministra puso tanto empeño en que saliera bien… ¡que salió bien!
En seis meses será la otra feria. Ésta ha sido organizada y limpia. ¿Cuánto habrá costado?
Bien el cambio hacia pabellones con aire acondicionado, que dejan atrás aquellos quioscos-jaulas de pollo donde se rostizaban las almas y los libros. También la ausencia de pabellones de instituciones y ministerios.
Bien el que las editoriales ocupen los mismos espacios y que solo cambien los logotipos de cada una y los libros.
Me hubiese gustado más que la Feria Internacional del Libro hubiese terminado sin el triunfalismo de lo de marca país. ¿Acaso la feria más importante del mundo, la de Francfort, nacida en 1949, es marca país? Atrae a unos 7.200 expositores y más de 270.000 visitantes, más unos 14 mil periodistas del mundo entero. ¿Y la de Guadalajara, la segunda en importancia, lo es? Me temo que no.
Según tengo entendido, la marca país lo da el valor intangible que significa la solera de una buena reputación. No es el caso de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo.
Seamos serios. A esta Feria Internacional del Libro han venido a última hora -porque a última hora se definió su última fecha, como quien dice-, un puñado de editoriales extranjeras. A pesar de ese nivel de improvisación, las pocas que vinieron valieron la pena.
Los escritores que vinieron no sonaron, como sonaron los escritores que vinieron a Centroamérica cuenta hace unas semanas, la propia Gioconda Belli incluida.
Insisto en que la feria debería hacerse cada dos años, por una semana, con un estricto programa bien pensado de actividades con escritores de importancia. Que se siga convirtiendo en una feria exclusivamente de libros, y se gane ese prestigio que no tiene aún, que le exige lo de la marca país. Eso que en este caso es una trampa de triunfalismo almibarado en cascos de guayaba.