Los acólitos de Puigdemont, que apelan al carácter democrático de su derecho a decidir sobre el futuro de Cataluña aunque esté sustentado en el forcejeo propio de un pseudorreferendo sin garantía, están optimistas con la euroorden que ha rechazado la detención de su líder. Tal vez por eso, al más puro ejemplo calderoriano de La Vida es Sueño, ponen en duda que se le extradite por un delito de malversación y mantienen la sostenibilidad de su candidatura.
En lo más inmediato, el Consejo de Garantías Estatutarias, responsable de la emisión de dictámenes jurídicos, tiene que pronunciarse sobre la investidura telemática y las atribuciones de consejeros que ejercerán sus funciones en remoto al más puro estilo Star Trek.
Mientras tanto, dos estrechos aliados, España y Alemania, se han visto abocados a un fatal desencuentro que ninguno de los dos deseaba, pero las Comunidades Autónomas, a pesar de lo que diga el Land, tienen una posición constitucional muy diferente a la de los Estados federados alemanes y eso, genera posturas diametralmente opuestas jurídicamente, sobre todo, porque los nacionalistas catalanes no buscan un mayor grado de autonomía, sino una soberanía plena basada en el principio de autodeterminación de los pueblos y por tanto, la escisión de España para fundar un propio Estado.
En el marco social de convivencia donde prima el deterioro de las instituciones, se oyen voces, no sé si ingenuas o coherentes, que buscan unas nuevas elecciones para desbloquear la situación pero, al igual que la teoría de la Espiral del Silencio, difícil llevar la contraria a Agustí Colomines quien preconiza la idea de que no hay nadie más allende de Puigdemont.
Con muchos puentes rotos, el desaliento mayor está en cómo manejar el sentimiento de una población enardecida para acabar con lo que llaman “el régimen opresor de la Constitución del 78” pero a la que, en el fondo, nadie pone interés en sus asuntos cotidianos como el empleo, la sanidad o las políticas públicas.
En medio de las consignas de la llamada Primavera Catalana y el panfletarismo de Puigdemont que sostiene, guarecido en la posverdad de las redes sociales, que la mejor garantía para lograr la República española es apoyar la República catalana, se hace urgente la reconducción de la situación antes de que el daño sea irreparable. Bien es cierto que como decía Sancho en El Quijote, las borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo, pero la puerta abierta a las desdichas se hace cada día más grande y eso lleva a la deriva cualquier tipo de discernimiento.