Hace 100 años, Haití tenía un ingreso por habitante de US$947, en dólares PPP del 2007, mayor que el de República Dominicana (US$925). Este año, el nuestro alcanzará US$12,222, ocho veces y media el de Haití (US$1,436).
El salario mínimo mensual es de US$239 en República Dominicana, casi tres veces y media el haitiano de US$73. El desempleo en Haití alcanza un 14.0%, el más alto de la región, casi tres veces el 5.1% de República Dominicana.
Mientras la incidencia de la pobreza en República Dominicana apunta a 22.7% de la población a final del 2018, en Haití alcanza el 60%. La desigualdad del ingreso (Gini) es mucho más intensa en Haití (0.592) que en República Dominicana (0.460). Mientras la desnutrición afecta al 10.3% de la población dominicana, en Haití alcanza al 45.8% de la población.
Hace 100 años, el 75% y el 60% del área terrestre de República Dominicana y Haití, respectivamente, estaban cubiertas por bosques. Hoy día, mientras en República Dominicana alcanza el 42%, en Haití apenas representa el 3%, aunque algunos aseguran que no sobrepasa el 1%. En 1962, la disponibilidad de agua renovable por año en la Hispaniola ascendía a 6,674 m3 por habitante en la geografía dominicana y 3,487 en la haitiana. La última información disponible revela que, en ambos lados, la oferta anual de agua renovable ha registrado una caída dramática: a 2,282 m3 por habitante en República Dominicana y a sólo 1,215 en Haití, los niveles más bajos de la región.
Un total de 21.4 millones de personas habitamos en la isla, 11.1 millones en Haití y 10.3 en República Dominicana. Para el 2050 se proyecta que sobrepasaremos los 32 millones, 14.7 en la geografía dominicana y 17.7 en la haitiana. Partiendo de que no hay nada en el escenario que lleve a pensar que la abismal diferencia de 8.5 veces existente entre el ingreso esperado en República Dominicana y en Haití desaparecerá, la predicción del modelo Harris-Todaro es altamente preocupante: el flujo migratorio desde Haití hacia República Dominicana continuará, con oleadas intensas cada vez que las perspectivas de ingreso esperado de los haitianos son deterioradas por una catástrofe natural o por las recurrentes tormentas de violencia que tienen lugar en esa nación fallida.
Haití no es viable. Lo que se vendió como una epopeya digna de ser emulada, una rebelión de esclavos frente a uno de los imperios colonizadores que parió la primera nación independiente de la región, ha derivado en un caos histórico y, sin lugar a dudas, el principal problema dominicano.
No hay salida a la vista. Insistir en la democracia como modelo político para Haití puede reflejar dos cosas: o una tomadura de pelo de parte de naciones desarrolladas irresponsables que entienden que Haití es un problema eminentemente dominicano o una recomendación emanada de cerebros unicelulares. Lamentablemente, no existe en el mundo un mercado donde las naciones puedan contratar los servicios de un dictador benevolente, tipo Lee Kuan Yew, Deng Xiaoping o Augusto Pinochet, con licencia para imponer el orden y hacer cumplir la ley mientras libera de incertidumbre la única alternativa que tiene Haití para que sus habitantes consigan trabajo y eleven su ingreso esperado: la inversión extranjera continua y masiva.
Estados Unidos, Francia y Canadá han soltado a Haití en banda. El mayor apoyo que la China de Xi Jinping podría dar a República Dominicana es invertir en Haití todo lo que tienen previsto invertir en nuestro país, multiplicado por dos. A esos capitales chinos, se unirían capitales dominicanos y de otras naciones, convirtiendo gradualmente a Haití en el Vietnam del Caribe. Eso necesitaría, sin embargo, la necesaria abolición de la democracia en Haití, el establecimiento de un régimen autoritario pragmático, y la flexibilización de la Doctrina Monroe.
Como lo anterior cae en el terreno del “wishful thinking”, algunos comienzan a contemplar la construcción de un muro anti-túneles, de concreto armado, en la frontera de 388 kms., como opción cada vez menos calva. Piensan que esta infraestructura, con un costo posiblemente superior a US$4,000 millones, contribuiría a contener la invasión pacífica de haitianos a nuestro territorio. Ese monto excluye el costo del mantenimiento de una flota permanente en Pedernales y Montecristi para prevenir los miles de “marieles” anuales que zarparían de las playas y puertos haitianos. El hecho de que se debatan estas soluciones, es un ejemplo claro de la creciente preocupación en la zona “desarrollada” de la Hispaniola que genera la considerable inmigración haitiana.
Robé el título de este artículo a Donald Trump, quién postuló la nueva doctrina el 17 de marzo de 2017. Trump tiene razón. La apertura indiscriminada de las fronteras es una regla intertemporalmente inconsistente. Más temprano que tarde, surgirán presiones internas que llevarán a los estados liberales a modificarla, si previamente no han sido barridos por un tsunami nacionalista de derecha.
Angela Merkel ignoró esta realidad. Luego de los resultados negativos de las elecciones regionales del 28 de octubre pasado, anunció que no se presentará en diciembre a la reelección como presidenta de la Unión Demócrata Cristiana. En el 2021, se va para su casa. Hillary Clinton, ex candidata a la presidencia de los liberales progresistas estadounidenses, finalmente ha entendido la fuerza de la doctrina Trump. La semana pasada afirmó que “Europa necesita controlar la migración porque es lo que enciende la llama”. Señaló que, si los líderes de Europa quieren contener la propagación del populismo de derecha en el Continente, deben enviar mensajes más fuertes de que no continuarán ofreciendo “refugio y apoyo” a los inmigrantes.
Los líderes de los partidos progresistas y liberales de la República Dominicana deberían aprender de la experiencia de Europa con la inmigración descontrolada. Hasta ahora han navegado con el viento a favor. Pero el caos existente en la fallida nación vecina y el déficit de control riguroso en la frontera para contener la inmigración, podrían desatar en el futuro cercano una tormenta nacionalista de derecha con suficiente intensidad para hacer naufragar al liberalismo progresista dominicano. En los tiempos de campaña que se avecinan, tomen nota: “la inmigración es un privilegio, no un derecho.”