Unamuno, viejo intelectual del siglo XIX, había ido perdiendo contacto con la compleja realidad española y europea. De ahí que, en esa diatriba platónica que tenía, se adhiriera en un principio al bando nacionalista y realizara actos difícilmente entendibles para un consagrado intelectual de su calibre, pero que representaban para él un intento de rectificación de un gobierno republicano con el que se mostraba a disgusto y disconforme.
Sin embargo, en ese escenario de la España, una, grande y libre que preconizaban ya los actos falangistas, se erigió con el vencer y no convencer en uno de sus discursos más célebres, durante su intervención en el paraninfo en 1936. Pero, más allá, de una disertación que recientemente ha traído a la actualidad Amenábar en Mientras dure la guerra, lo importante es que fue una representación clara de que la democracia en España supone una lucha permanente entre ideologías contrapuestas que no se entienden, que no se respetan. Sobre todo, sus líderes políticos, que más allá de actuar en base al civismo, enarbolan el activismo de la violencia, sustentado como diría Unamuno en el vencer pero no convencer.
Cuando hoy, los gritos de una ciudadanía catalana dividida, se extrapolan a los que se escuchan en las incendiarias de calles de Barcelona y llegan con miedo y estupor, a los hogares de millones de españoles a través de los medios de comunicación. Cuando la violencia desatada a lo largo de las últimas noches recrea a la misma Cataluña que en octubre de 2017, en donde el desafío independentista de la Generalitat generó suficiente incertidumbre para que países como Reino Unido o Estados Unidos aconsejaran a sus ciudadanos mantenerse lejos de Cataluña y donde más de cinco mil empresas empresas sacaron sus sedes sociales del territorio, me pregunto en la profundidad conceptual de la acertada metáfora de Unamuno, cuando hablaba que unos y otros, cóncavos y convexos, somos las dos caras de la misma moneda aunque, en el fragor del ruido, no seamos capaces de reconocernos los “hunos” y los “otros”.
La gente, movida por la emoción y carente de la guía de un liderazgo político cabal y eficiente, donde existan mensajes claros a la solución del conflicto, sin puentes con el Estado central que les anime a una reconciliación formal, ha entrado en una espiral, en donde, más allá de un paro general, lo que está en juego, es repetir los mismos errores del pasado, dejarnos arengar por las falacias de líderes lisonjeros que en vez de acercarnos nos alejan.