Después de la anticipada sequía que desde el pasado año 2018 ha golpeado a la agricultura, a la ganadería y a los acueductos del Caribe y de la República Dominicana, a nadie debe quedarle duda alguna sobre los efectos directos de un cambio climático que cada día se expresa con mayor evidencia, y con mayor rigor, aunque con efectos pluviométricos contrapuestos en las cuencas del océano Atlántico y del océano Pacífico, pero sobre todo, a nadie debe quedarle duda alguna de que las ciencias atmosféricas ya cuentan con modelos matemáticos predictivos que permiten establecer, con alto nivel de aproximación, cuales serán los niveles de precipitación pluvial para un determinado período de tiempo en cualquier región.
El análisis comparativo de las temperaturas históricas a nivel regional, revela que cada vez que la superficie del océano Pacífico se calienta de manera anormal, se producen grandes volúmenes de vapor de agua que a su vez generan grandes precipitaciones pluviales e inundaciones en los países latinoamericanos vecinos al Pacífico, pero que al mismo tiempo en el Atlántico se reduce extraordinariamente la cantidad de vapor de agua, por lo que mientras en el Pacífico hay lluvias torrenciales e inundaciones, en el Atlántico hay sequía extrema que afecta a la agricultura y a la ganadería, y ese fenómeno climático, cada día más acentuado, es definido con el fenómeno de El Niño, porque justo para el día 24 de diciembre, o día de El Niño Jesús, era cuando más afectaba negativamente a los pescadores peruanos, ya que ese día (verano austral e invierno boreal) las corrientes marinas se calentaban excesivamente (corrientes de Humboldt), y como los peces se alejaban de esas corrientes cálidas, la pesca era nula en toda la región.
Pero las temperaturas anormalmente altas en la superficie del Pacífico no se mantienen de manera permanente, y como las leyes de la física nos dicen que todo lo que sube, luego baja, también las temperaturas que suben en la superficie del Pacífico luego tienden a bajar, y llegan a bajar tanto que los descensos tienden a ser anormales en relación a las temperaturas medias anuales, produciendo un efecto de enfriamiento relativo de las aguas del Pacífico, donde la producción de vapor de agua se reduce a su mínima expresión, y consecuentemente se reducen las lluvias en la cuenca del Pacífico, por lo que los países vecinos al Pacífico, que durante la anterior fase de calentamiento sufrieron efectos de lluvias torrenciales e inundaciones, entonces pasan a sufrir sequías y efectos dañinos en la agricultura y en la ganadería, aunque mientras la sequía golpea al Pacífico, en el Atlántico se produce lo contrario, ya que durante esa fase denominada fenómeno de La Niña, el Atlántico concentra la mayor cantidad del vapor de agua regional, y comienza la lluvia torrencial del Caribe, la cual genera grandes daños en la agricultura, y grandes inundaciones urbanas con daños en acueductos, en la población y en las vías de comunicación.
Pero si bien es cierto que las lluvias torrenciales generan grandes pérdidas económicas por los daños materiales en la agricultura, en la población y en las vías de comunicación, no menos cierto es que las sequías son los períodos más temidos por los productores agrícolas, por los ganaderos, y por los gobiernos, ya que durante las lluvias torrenciales podemos refugiarnos en lugares altos no inundables, pero durante las sequías no tenemos donde refugiarnos, salvo en las aguas que hayamos podido almacenar y bien administrar durante los períodos de lluvias, pues cuando a la población se le acaba el agua la gente entra en pánico y en irritación y exige acaloradamente que se le busque una solución, aún a sabiendas de que no hay lluvias, además de que las sequías reducen la producción de bienes agropecuarios, esa baja producción genera aumentos de precios, los aumentos de precios reducen la capacidad de compra de la gente pobre, esa reducción en la capacidad de compra reduce la calidad de vida, y la reducción de la calidad de vida disgusta a la población de manera alarmante y afecta la popularidad de cualquier gobernante.
Todo lo anterior nos demuestra que cada día nuestra región estará más y más afectada por los ciclos alternos de sequías y posteriores lluvias torrenciales generadoras de inundaciones, lo que nos obliga a destinar más y más fondos públicos, y hasta fondos privados, para la construcción de represas capaces de amortiguar los efectos directos e indirectos de ambas fases climáticas de El Niño y La Niña, ya que las grandes represas son capaces de almacenar gran parte de los volúmenes de aguas producidos durante las lluvias torrenciales, con lo cual se disminuyen los daños directos sobre núcleos urbanos y sobre plantaciones agrícolas, pero al mismo tiempo esas aguas almacenadas durante las fases de lluvias torrenciales permitirían amortiguar las posteriores sequías que han de llegar uno o dos años después, lo que indica que una sabia decisión de cualquier buena administración es seguir construyendo grandes represas capaces de amortiguar los efectos directos del cambio climático, sabiendo además que cada represa devuelve la inversión a la población en los primeros 5 años de operación.