El conflicto político entre Haití y la República Dominicana por la construcción de un canal de 4 metros cuadrados de sección transversal, y que Haití avanza en Quanaminthe sin consultar al Gobierno dominicano, representa un grave problema político por tratarse de un forzado intento haitiano por asaltar agresivamente las escasas aguas transfronterizas del río Masacre, fruto de que el deforestado lado occidental de la isla se ha quedado sin agua, lo que desde ya obliga al Gobierno dominicano a pensar en la construcción de una represa sobre el río Masacre, al sur de Dajabón, y dos represas sobre el río Artibonito: una a la altura de El Corte y otra a la altura de Pedro Santana, porque ambos sitios tienen excelentes condiciones geológicas, ya que el sitio de presa de Dos Bocas, en la confluencia entre el río Artibonito y el río Macasía, tuvo que ser descartado porque en ambas márgenes del río solo hay arenas y arcillas que impiden levantar una presa, porque para construir una presa se requiere de roca de buena calidad para soportar los empujes hidrostáticos, al tiempo que los estribos y la base del dentellón no deben estar en contacto con materiales finos erosionables, ni con materiales granulares permeables, porque vendría filtración, erosión y posible tragedia.
Y está claro que la mejor forma de adelantarse al problema político que Haití está dispuesto a crearle a la República Dominicana en organismos internacionales, y en la comunidad internacional, es poner en la agenda de prioridades la construcción de 3 presas en la frontera para almacenar lluvias de vaguadas, tormentas y huracanes, y así estar en capacidad de compartir esas aguas, en función de disponibilidades estacionales, pero sin afectar a nuestros productores locales.
Otro problema de escasez de agua, casi similar al que tenemos en la frontera, lo tenemos en Punta Cana y Bávaro, donde el turismo ha ido creciendo y creciendo, pero dependiendo exclusivamente de aguas subterráneas que han sido sobreexplotadas durante 40 años, por lo que se han generado cuñas de intrusión salina que amenazan la sostenibilidad de más de 40 mil habitaciones hoteleras que en total consumen diariamente 40 mil metros cúbicos de agua, pero donde nunca se oye hablar, ni a los hoteleros ni al ministerio de Turismo, de construir una o dos presas para abastecer de agua superficial al principal polo turístico regional, lo que además amenaza el crecimiento hotelero de ese polo turístico que está llamado a seguir creciendo, porque sin agua superficial es imposible un crecimiento ambientalmente sostenible.
El otro problema similar es la creciente demanda de agua de la ciudad capital, ya que la demanda diaria de agua crece, pero la disponibilidad de agua no crece, lo que obliga a construir la presa del río Haina para sumar sus aguas al acueducto de la capital, tal y como lo ha planteado en la pasada semana el ingeniero Julio Suero Marranzini, voz autorizada por haber sido director del INAPA y de la CAASD; como lo ha planteado el ingeniero Silvio Carrasco, especialista en manejo y gestión del agua y quien fue director del INDRHI en el período 2000 a 2004, como lo ha planteado el ingeniero Francisco Marte, actual presidente del Colegio Dominicano de Ingenieros, Arquitectos y Agrimensores (CODIA), y como lo hemos planteado nosotros luego de hacer estudios geológicos y geofísicos para 30 sitios de presas en todo el país.
Pero plantear construir presas para garantizar agua a la sociedad siempre ha de encontrar voces de contrariedad, tal y como las encontró Joaquín Balaguer cada vez que decidió construir cada presa, pero al final las presas fueron construidas porque Balaguer entendió que el interés nacional está por encima del interés personal, del mismo modo que lo entendió Estados Unidos cuando en medio de su peor recesión económica decidió construir la presa Hoover, sobre el río Colorado; del mismo modo que lo entendió China cuando decidió construir la gigantesca presa de Las Tres Gargantas, sobre el río Yangtsé, para lo cual fue necesario reubicar a más de un millón de personas; y del mismo modo que lo entendió Egipto cuando para poder construir la presa de Asuán, sobre el río Nilo, tuvo que acudir al apoyo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para cortar en segmentos, y reubicar a mayor altura, el majestuoso templo de Abu Simbel, construido hace casi 3,300 años, en tiempos del faraón Ramsés II, pues en toda sociedad las presas son una necesidad para garantizar el suministro de agua a toda la comunidad.