Desde que tengo uso de razón y sentido común, hace muchos años, vengo escuchando el mismo discurso con relación a la Policía Nacional. Que hay que hacer una reingeniería a la institución, que hay que sacar las manzanas podridas, que hay que eliminar de raíz el cuerpo policial completo, en fin, un sin número de opiniones que se ponen de moda cuando ocurren hechos que estremecen a la sociedad dominicana.
En los últimos días, el tema policial se ha vuelto viral, como portada de medios impresos y digitales, y foco de atención en las redes sociales, esta vez por varios casos de agresión atroz, en los cuales algunos miembros de esa organización están siendo cuestionados vehemente y con toda la razón del mundo.
El caso de la muerte, aún confusa, del joven David de los Santos, fallecido presuntamente por recibir maltratos y golpes severos en manos policiales, ha dejado una estela de preguntas y debate sobre lo que realmente ocurrió en el destacamento de Naco donde fue llevado, luego de un alegado altercado con una mujer en la tienda de una plaza comercial capitalina.
Pero, además, el cuerpo del orden estaba en el ojo público, por las muertes recientes de José Gregorio Custodio, en Ocoa, y del barbero Richard Báez, en Santiago, lo que mantiene perturbada la sensibilidad de muchos ciudadanos, incluidos el propio presidente de la República, Luis Abinader, quien aseguró que se hará justicia, refiriéndose al caso de David de los Santos.
Otros homicidios en manos de policías desaprensivos y matones son los relacionados a los jóvenes esposos evangélicos Elisa Muñoz y Joel Díaz, vilmente asesinados por agentes de esa institución, en la autopista Duarte, próximo a Villa Altagracia; y el caso de la arquitecta Leslie Rosado, quien falleció tras recibir un disparo en la cabeza en un incidente ocurrido en Boca Chica y cuya versión policial, en ambos hechos lamentables, fue tan atroz como el asesinato mismo de estas personas.
Estos son algunos de los casos más recientes, pero la lista es larga y preocupante de policías de bajo rango, pero también de uniformados de alto nivel o cuello blanco como se le suele llamar a aquellos que hacen alarde de la doble moral, involucrados en asesinatos, asaltos, extorsiones, robos, saqueo, agresión, estafa y actividades ilícitas en contra de ciudadanos y del propio Estado.
Ante tanto abuso, mentiras, mal manejo, desorden, irresponsabilidad de una parte importante de la institución llamada a llevar el orden público, ya no sabemos qué más pensar, ni cómo lo vamos a arreglar o a manejar. Cada vez que ocurre una desgracia que estremece el país, salen muchas voces a pedir lo mismo.
Son muchos los episodios que he vivido del mal manejo de la Policía frente a situaciones diversas. Y son muchos los “jefes” que pasaron y pasarán por esa, ahora Dirección de Policía, sin que se tenga, al menos, una mejoría en el sentido de dignificar a sus miembros, sobre qué criterio se escogen a estos policías, su preparación intelectual, física y síquica que le permita manejar el poder de un arma entre las manos.
Lamentablemente, la Policía Nacional es vista por la gran mayoría de dominicanos como una “cueva de corruptos matones” que no cumple con su función de preservar vidas y mantener el orden colectivo. Una institución que perdió la credibilidad hace años, con todo y dirigida, en algunos períodos de tiempo, por académicos calificados para el cargo pero que, lamentablemente, no pudieron hacer cambios importantes.
Los últimos casos han puesto nueva vez en la palestra pública el tema policial. Recordemos los famosos intercambios de disparos que cobraron la vida de gente inocente, tanto así que recuerdo las palabras de Freddy Beras Goico, que en paz descanse, cuando decía que cada dominicano tenía que armarse hasta los dientes para cuidarse no solo de los delincuentes, sino de los mismos agentes de la Policía.
Este es un problema viejo que, a estas alturas, debió estar encaminado hacia el adecentamiento, hacia una verdadera reforma policial, la que tanto hoy en día anhela y quiere la sociedad dominicana.