Consideramos momento propicio repetirles esta columna que publicamos el 21 de marzo 2014, la cual encaja para estos tiempos de violencia vividos en nuestra sociedad:
Regresando el domingo 5 de enero, de este mismo año, de hacer entrega de juguetes a niños de un campo de Baní, función que realizo con un pastor y su esposa desde hace años, pasamos un gran susto. Justo llegando al peaje conduciendo mi vehículo en el que veníamos cinco personas, un autobús repleto de pasajeros se nos abalanzó encima, de forma tal que, gracias a una buena respuesta refleja de mi parte, me tiré casi sobre un muro para no ser aplastados. Lo más indignante de todo fue la sonrisa burlona del conductor de aquel vehículo; parecía como si el inminente peligro le hubiese producido un gran placer. Pero, unos minutos antes, en el mismo tramo, vimos un motorista tirado en el pavimento a causa de un accidente que acababa de tener.
Los accidentes de tránsito en la República Dominicana ocupan las principales noticias en los medios de comunicación, con lamentables pérdidas de vida y, aun con los esfuerzos que están realizando las autoridades competentes, siguen siendo una de las principales causas de muerte que se dan día a día. Como hemos señalado anteriormente, una persona con un volante en la mano es alguien que si no tiene la salud mental y condición emocional adecuadas, representa un peligro inminente, tanto para sí mismo como aquellos que transitan a su alrededor. Quiero hacer énfasis en los choferes de vehículos públicos y pesados, motivada por la desgracia ocurrida en la carretera de Azua, donde nueve personas perdieron la vida y otros se encuentran heridos, por la imprudencia y, más que imprudencia, por el acto criminal de quien conducía una patana en vía contraria. Son muchos los accidentes que diariamente son provocados por el desafío de estos individuos, que pareciere que el tamaño del vehículo que conducen les hace sentir que son dueños de nuestras carreteras.
No es suficiente con que estos choferes pasen un examen práctico, teórico, oftalmológico y físico. Es vital someterlos a una evaluación rigurosa y exhaustiva de la condición de su personalidad y de su estado emocional por psicólogos, psiquiatras y especialistas en la materia. Los accidentes provocados por estos individuos son actos tan criminales como el que toma un arma de fuego en sus manos para terminar con otra vida.