La atmósfera internacional está enrarecida, al menos así lo sentimos todos aquellos que creemos en los valores democráticos y en el respeto a los derechos de las personas al contemplar estupefactos cómo todo aquello que díscolamente prometió el ahora presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se está convirtiendo en penosa y peligrosa realidad.
Y no es que las descabelladas medidas que ha tomado no se hayan hecho antes en el mundo, lo insólito es que se estén llevando a cabo en el país no solo más poderoso desde hace décadas en el plano mundial, sino porque su democracia, a pesar de sus defectos, ha sido referente para la comunidad internacional, sobre todo de los países menos desarrollados.
Que la política exterior, económica, de seguridad y migratoria estén fundadas en prejuicios, carezcan de racionalidad y constituyan amenazas contra el buen funcionamiento de los Estados Unidos y de buena parte del mundo, incluyendo a la Unión Europea, como ha señalado el presidente de su Consejo; es un hecho grave que debe ocuparnos a todos ante las previsibles e imprevisibles consecuencias.
Lo peor es la onda expansiva que estas medidas dictadas a través de órdenes ejecutivas al margen del Congreso pueden provocar y hasta dónde las mismas podrán llegar. Las ideas y proyectos más absurdos tendrán ahora cabida en cualquier parte del mundo, porque si se están haciendo realidad en el país que se ha autoerigido en gendarme internacional que califica lo bueno y lo malo que sucede en este planeta en diversas áreas, hasta cierto punto quedarán legitimadas.
De solo pensar que cada país decida erigir un muro para detener la inmigración de sus vecinos, que cada gobierno arbitrariamente disponga que impedirá el libre tránsito de personas, que revocará convenios internacionales sin medir las consecuencias, que despreciará todas las alertas respecto de los daños al planeta y al medio ambiente o revertirá decisiones de sus antecesores aunque afecten a millones de personas; se avizoran tempestades y crecen las alarmas ante un sombrío panorama que nadie puede predecir cómo terminará, pero que muchos coinciden en decir que no será bien.
Haciendo un símil con una familia y el mundo, en éste está ocurriendo lo mismo que sucede cuando uno de los padres pierde el equilibrio y comienza a actuar en contradicción con los valores familiares. Algunos hijos los seguirán, otros callarán y otros se resistirán y se mantendrán apegados a sus creencias, lo que provocará división y confrontaciones, las que adquieren ribetes dantescos al proyectarse al plano mundial.
Lo que está ocurriendo con nacionales de algunos países impedidos de entrar a territorio norteamericano o con México que está siendo arrinconado, puede reproducirse a mayor escala, provocar miedo y reacciones indeseadas así como dejar indefensos a los más vulnerables que tendrán escaso margen para defenderse. Hemos entrado a una inquietante etapa, la era Trump, que provoca ansiedad y que lamentablemente desatará pasiones impulsadas por el odio y la intolerancia racial, religiosa, sexual o de ideas, provocará sismos, afectará el equilibrio económico de muchos países y podría resquebrajar la paz mundial.
Por eso más que nunca el liderazgo mundial debe estar consciente de que hacer política en tiempos de cólera como los actuales, debe ser un ejercicio más responsable, planificado y prudente que nunca, pues la amenaza de ser desplazados por las más rocambolescas expresiones de la política es ahora mayor; de lo que todavía lamentablemente no parecen percatarse nuestros líderes.