La Organización de Estados Americanos (OEA) falló nuevamente en su intento de dictar una resolución sobre la crisis de Venezuela, y esta vez por apenas 3 votos, básicamente por la abstención de unos cuantos países, entre los que figura la República Dominicana, pues a pesar del voto negativo de algunas islas del Caribe, si algunos de los Estados que se abstuvieron hubieran votado a favor la resolución hubiese sido aprobada.
El régimen chavista, continuado de la peor manera imaginable por Nicolás Maduro, ha dado todas las muestras posibles de violación de los principios democráticos enarbolados por la OEA y ha sometido a la población venezolana a una agonía que ha obligado a muchos a tener que abandonar su patria y a otros a padecer carestías, restricciones a la libertad, vejaciones, violación de derechos y hasta muerte.
Parece increíble que una buena parte del liderazgo político y otros de Latinoamérica esté todavía tan sesgado y prejuiciado, que sean capaces de defender a ultranza regímenes dictatoriales por el único hecho de que son de izquierda, aunque representen groseras violaciones a los principios democráticos que con tanta virulencia defenderían si se tratara de dictaduras de derecha.
Cualquier régimen que cercene las libertades, viole la Constitución y las leyes y aniquile las instituciones convirtiéndolas en instrumentos para su permanencia en el poder debe ser reprobado, pues toda dictadura es mala.
Cuando se examina la interminable crisis venezolana y la timidez con que Latinoamérica ha abordado la misma, resulta palpable la escasa utilidad de la OEA, pues si ante una crisis de tanta envergadura, en la que se han pisoteado derechos e instituciones dicho organismo es incapaz de tomar decisiones que defiendan los principios democráticos más elementales, a pesar de la tenacidad con que su secretario general Luis Almagro ha asumido el tema y de que una mayoría no solo numérica sino representativa esté dispuesta a hacerlo; es innegable que algo anda mal en su conformación.
La política exterior de un país y sus relaciones diplomáticas no pueden depender de amiguismos o favoritismos de presidentes o autoridades. Pero lamentablemente el clientelismo no solo afecta el interior de nuestro Estado sino que también se refleja en las relaciones del mismo con el exterior, para mantener relaciones diplomáticas cerrando la vía a otras como es el caso de la República de Taiwan versus la República Popular China principalmente por el hecho de que los taiwaneses han sido muy hábiles en generar deudas de gratitud con congresistas, presidentes y ministros o, para decidir posiciones como las que penosamente hemos tenido en relación con Venezuela.
Es bochornoso que respecto a un país tan cercano como Venezuela, al que emigró nuestro padre de la patria Juan Pablo Duarte y también muchos luchadores antitrujilllistas que encontraron allí protección y apoyo, lo que casi le costó la vida al entonces presidente Rómulo Betancourt por el atentado orquestado por Trujillo; por lealtad de nuestro gobierno o por simpatías ideológicas con el chavismo, hayamos asumido la indefendible posición de continuar protegiendo un decadente régimen plagado de autoritarismo y corrupción, como también ocurre con otros países de la región, lo que ha presentado la imagen de una Latinoamérica incapaz de accionar sensata y coherentemente ante una crisis tan grande como propia.
Los dominicanos que hemos recibido calurosamente a los muchos venezolanos que han debido salir de su tierra huyendo del régimen sentimos vergüenza de que nuestras autoridades le hayan tendido una vez más una escapatoria a Maduro y sus acólitos, a costa de la vida, la democracia, el estado de Derecho y la libertad, colocando vergonzosamente a la República Dominicana del lado equivocado de la historia.