Muchas personas están de acuerdo con la premisa que la mejor manera de resolver cualquier diferencia es mediante el diálogo.Esta verdad es evidente.
El problema con las verdades tan evidentes es que la mayoría de las personas las dan por ciertas, sin mayor reflexión.
Y sin embargo, es un error intentar resolver un problema mediante el diálogo, en determinadas circunstancias.
Tomemos un ejemplo de la historia, una materia que los jóvenes no desean estudiar, a pesar de ser un depósito de informaciones y experiencias.
El intento del primer ministro británico Chamberlain de dialogar con Adolfo Hitler fue un error histórico de consecuencias gravísimas, pues le permitió a Hitler seguir ocupando países y armándose, a cambio de unas garantías que nunca pensó honrar.
Simplemente postergó un conflicto que costó 60 millones de vidas. Un enfrentamiento puro y duro, cuando Hitler no tenía aun todas las fuerzas, le hubiera economizado a la humanidad ese matadero.
Pero, tomemos un ejemplo de nuestra historia.
¿Que hubiera sido de los dominicanos si aquellos valientes que esperaron a Trujillo para ajusticiarlo, en aquella desolada autopista, hubieran optado por invitarlo a cenar para negociar su salida?
Está claro, que dialogar con dictadores es un error, que puede llegar a la categoría de error histórico.
Entonces debemos de estar de acuerdo que resulta un error dialogar con el Sr. Maduro, quien es un dictador.
El diálogo con el régimen de Maduro simplemente le alargará la vida, como Chamberlain le regaló tiempo a Hitler.
El único camino correcto consiste en aislar al actual régimen venezolano, como la OEA aisló a Trujillo, por su intento de asesinar al presidente venezolano Rómulo Betancourt.
Pero si resulta ser un disparate intentar dialogar con un dictador, resulta igualmente una sinrazón intentar dialogar con una contraparte tan débil, que no tenga la capacidad de cumplir lo prometido.
Y si agregamos a la incapacidad de cumplir, el deseo de incumplir, entonces estamos ante un intento de diálogo absurdo.
Ese es el caso de nuestros vecinos, que abren y cierran el comercio a su voluntad, sin tomar en cuenta lo pactado.
Las contrapartes muy débiles, al igual que las contrapartes muy fuertes, ponen al desnudo las limitaciones del poder.
¿Entonces, qué debemos, o podemos hacer?
Desarrollar una estrategia de diversificación de exportaciones que nos libere de la dependencia de un mercado inestable.
El contar con otras alternativas, nos permitirá dialogar con más fuerza.
Pues el carecer de alternativas, puede llevar a la parte más débil a arrodillar al más fuerte. Esa es una de las mayores ironías del poder.
En conclusión, nuestro empeño de continuar dialogando sin más con Venezuela y Haití es un camino a ninguna parte.